¿Te parece? ¿A quién puede importarle una historia tan vieja?
¡Y sí! Para contar la historia no se puede soslayar a algunos protagonistas (mis padres). Pero no. Eso no me preocupa. Son hechos y circunstancias de mi vida, con los que Dios trató. Ya sé. Tengo que hablar claro. Cuando los hijos de Dios decimos que "Dios trató", queremos decir que esa circunstancia particular que nos dolió en el momento y nos hacía sufrir, decidimos dejarla atrás.
¿O acaso no te sucedió nunca cruzarte con personas que de una u otra forma te hirieron, y esa herida fue tan trascendental que hasta pudo llegar a determinar la forma en que transcurriría tu vida y las decisiones que tomarías?
Para mí esas son las historias de las que necesitamos librarnos y no sabemos cómo. Le pedimos a Dios cada día que nos unja con ese perdón que en la cruz le hizo decir a Jesús: "Perdónalos porque no saben lo que hacen". Muchas veces, la persona que nos hirió no merece ser perdonada. Pero yo sí merezco ser libre del dolor que me ocasionó, y eso sólo se logra perdonando. Y perdonar es una decisión. A veces es un acto. "Yo lo perdono en el nombre de Jesús". Pero, dependiendo del dolor ocasionado, muchas veces es un proceso.
¿Lo expresé bien? ¿Se entiende? Estoy un poco insistente hoy, por no decir, un poco pesada, porque me costó mucho que lo que me sucedió ese día dejara de afectarme.
Ya te cuento. No te impacientes. Sé que a veces me voy por las ramas. Vos me conocés. Empiezo a hablar y no me para nadie. Y éste es un tema que todo el mundo padece, y sé que mi historia quizás puede ayudar a alguien que la lea.
Como te decía, casi siempre el perdón es un proceso. Es cada día decirle al Señor más o menos así: "Padre, en el nombre de Jesús, perdono a Fulanito por decirme que yo no servía” (ejemplo). Cancelo esa maldición en mi vida, y lo perdono. Renuncio a todo efecto que su obrar imprimió en mi vida, y al dolor que me produjo".
Obviamente, este proceso a veces lleva años. Pero un día, de repente, el peso en tu alma desaparece. Y puede ser que recuerdes el hecho que fue tan doloroso hasta con lágrimas. Pero, ya sin dolor, ya sin rencor, ya sin odio. Ya sé que odio es una palabra fuerte. Pero ¿Voy a exponerte mi vida sin hablar claro? Bueno, "odio" es a veces la palabra que define lo que sentimos cuando el dolor es muy grande.
Arranco de nuevo. Tenía yo 11 años, y un domingo me sentí muy mal. Vomité después de bañarme, y como no llegué al baño, ensucié el hall, hecho que puso muy mal a mi mamá, y empezó con la "cantinela" de que no respetábamos y cuidábamos el trabajo que ella se tomaba en limpiar. ¡Qué incomprendida me sentí!
Y encima mi papá, que se involucraba lo menos posible, (o mejor dicho, nosotros tratábamos de que así fuera, porque estar en casa con mi papá era como estar sentados arriba de un volcán a punto de entrar en erupción, ya que por cualquier motivo estallaba), oh!!! Sorpresa!!! Se puso de acuerdo con mi madre y el reto se prolongó mucho más de lo que merecía.
Quisiera aclarar que mis padres fueron personas llenas de defectos como todos, como yo misma, y hasta podría afirmar que nuestros hijos hacen muchas veces los mismos juicios de valor que hicimos nosotros con nuestros padres. Y otra cosa que quisiera aclarar es que estas situaciones difíciles que atravesé como hija, fueron usadas por Dios para darle un sentido y un propósito a mi vida. Con mucho esfuerzo de mi parte, y misericordia de Dios, pude honrar a mis padres y cuidarlos hasta el fin. Y esto me da la posibilidad de hablarles de mi vida, y nombrarlos necesariamente, porque número uno, ya fallecieron, y número dos, Dios hizo que todas las deudas emocionales fueran saldadas.
Vuelvo a retomar. Esa descompostura, derivó en peritonitis. Y en una operación de urgencia en un hospital de San Martín. Provincia de Buenos Aires.
Estoy hablando de más de 55 años atrás. Recuerdo que me dejaron en el hospital, y me sentí muy invadida por toda la preparación, ya que sin previo aviso, las enfermeras me rasuraron, me pincharon, y trataron conmigo sin ninguna explicación previa. Estuve toda la noche aterrada, muerta de miedo. Yo que era una gran lectora de la historia de la segunda guerra mundial, me sentí Ana Frank, y que estaba en un campo de concentración.
Ya sé, no digas nada. Fue un ejemplo que debo explicar para que entiendan todos.
Ana Frank fue una preadolescente como yo, judía como yo, pero que su vida transcurrió cuando estaba la Segunda Guerra Mundial. Ella y su familia, junto a otras personas, fueron escondidas varios años por una joven de alma caritativa. Para no aburrirse porque debían estar quietos y callados todo el día para que no los descubrieran, Ana empezó a escribir un diario contando sus experiencias.
Lamentablemente, luego de varios años el ejército nazi los encontró, y fueron llevados a un campo de concentración donde murieron todos, menos el padre. Cuando terminó la guerra, el padre volvió al lugar donde se habían escondido, encontró el Diario de Ana, y lo publicó.
Como dije antes, yo era una lectora voraz, y leía una y otra vez todo lo que llegaba a mi mano. Mi imaginación “volaba” a los lugares y a las épocas en las que vivían los protagonistas que se describían en las páginas que tanto amaba. "Devoré” cada detalle de ese libro. Lloré mucho la injusticia que esa chica sufrió. Y fue por eso que esa noche en el hospital, sola, invadida mi intimidad, yo me sentí como Ana Frank. Yo "fui" Ana Frank en el campo de concentración.
Nada más y nada menos. Fui Ana Frank. Con mi cabecita novelera, me inventé una y mil historias de terror, en las que casi siempre mis padres lloraban sobre mi cuerpo sin vida, arrepentidos por haberme retado. Y lloré, lloré mucho, ya no por todo esto, sino por el miedo a lo desconocido.
Al día siguiente me operaron y todo salió bien. El único problema fue que, en el hospital, por ignorancia respecto a la transmisión de las enfermedades, contraje una hepatitis galopante. Y a pesar de que no fue fácil encarar semejante enfermedad hace tanto tiempo, fue ese el momento que Dios usó para cambiar mi vida.
La Biblia dice que los planes de Dios para nosotros son de bien, y que él se ocupa de llevarlos a cabo con sabiduría. Éste es sólo el comienzo. Pero como yo no lo sabía, esa noche sola en el hospital, yo fui Ana Frank.