Al final la vida sigue igual #5

Escrito por
Mirtha Ferrari


Cuando cumplí 16 años, la situación en mi casa era cada vez peor. Peleas entre mis padres, situación económica deplorable, y una comunicación que se caracterizaba por la agresión. Era un "todos contra todos".

 

A eso, y quizás por la necesidad de escapar de todo esto, se le sumó una relación con un hombre 12 años mayor que yo, que comenzó como toda relación violenta: primero con la deslumbrante seducción del enamoramiento, flores, bombones, "yo me encargo". Siguió con "no le cuentes a nadie nuestras cosas" (aislamiento), para después empezar con exigencias que ante mi negativa, "lo obligaban" a corregirme con golpes de todo tipo. "Mirá qué nervioso me ponés" (me decía), para después volver "mansito y arrepentido", prometiendo y jurando que ahora sí había cambiado.

Mucho tiempo después, mi amiga Ana María, que se especializó en ayudar a personas que sufren violencia y asiste a mujeres en riesgo, me explicó que así funciona el círculo de la violencia: seducción, aislamiento, violencia, "arrepentimiento", y comienza de nuevo con seducción. De este círculo se sale solo con ayuda.

 

Yo, aunque inexperta totalmente, de todos modos, no naturalizaba todo este mal trato, sólo que la mala relación con mi familia me impidió compartir la carga con alguien más. Una vez me animé a contárselo a mi mamá, pero ella no supo ni pudo hacer algo para que yo zafara de esta situación.

Cuando intentaba alejarme de esta relación tan tóxica, la reacción era más y más violenta. Yo vivía aterrada, y muchas veces pensé que la única salida era la muerte, Ahora, que miro mi pasado y a mi familia con una mirada llena del amor de Dios, me gusta pensar que si les hubiera contado a mi papá y a mi hermano, seguramente me hubieran defendido.

 

Vivíamos juntos, pero no compartíamos demasiado, por eso nadie vio las señales en mí.

Hoy te lo cuento un poco más detallado, para que si vos o alguien que conocés atraviesan una situación parecida, busquen ayuda.

Un día, Delma me invitó a ir a un picnic con su iglesia un 6 de enero, día de Reyes, que era feriado en esa época. Como no había plata para el pasaje de todos, Delma y su familia se quedaron. No pudieron ir.

 

No sé dónde estaría yo sí ese 6 de enero no hubiera ido a ese picnic. Pasamos el día, y lógicamente, al final, ¿Qué hubo? ¡Culto! En ese momento en que ese hombre (un pastor) dijo muchas cosas, pero lo que me llamó la atención fue cuando dijo: "te invito a poner los ojos en Jesús, no importan tus circunstancias".

 

Y entonces, yo, esa joven vieja de 16 años, que llevaba una mochila tan pesada sobre la espalda, que hasta el momento había hecho grandes esfuerzos para no mirar a Jesús, me dije a mí misma: "y bueno. si no me hace bien, por lo menos lo intenté. Mal no creo que me haga. De todos modos (no te olvides que siempre fui muy dramática), siempre me queda la opción del suicidio". Y levanté tímidamente la mano, sin entender la alegría que esa decisión produjo en todos a mi alrededor.

Acá me gustaría contarte que se escuchó una música celestial, y que un ángel luminoso bajó del cielo y me habló y marcó un camino tachonado de piedras preciosas para que caminara por él, pero no, no te lo cuento, porque no sucedió.

 

Volví a casa, me vino a buscar esa persona que me inspiraba terror, quien me reclamó con violencia el que hubiera ido al picnic sin consultarlo. Esa noche, cuando por fin me quedé sola, en mi cama, en el comedor de mi casa, pensé: "levantar la mano y poner los ojos en Jesús no difiere demasiado de soportar el culto en la casa de Delma. Me sirvió para que me trataran bien en el picnic, y fue bueno mientras duró, pero no sirvió para nada". Una vez más me dormí llorando, porque al final todo seguía igual.

 

Al otro día, fui a casa de Delma, y la encontré más feliz que nunca. Vino Rarri (Oscar, su esposo) de trabajar, ella le dijo algo al oído, y él respondió con una expresión tremenda de alegría. Les pregunté qué les pasaba, a lo que me respondieron que estaban felices por la decisión que yo había tomado. Los miré con tristeza, porque estaba segura de que nada había cambiado.

Cuando Delma y yo nos quedamos solas, me obligó a sentarme al lado de ella en la cama, y tuve que contarle lo que me pasaba, sin opción de escabullirme. Con gran vergüenza y temor le relaté lo que me sucedía, y que se lo había contado a mi mamá, quien no supo cómo ayudarme.

 

Ella con la vehemencia que también la caracterizaba me dijo que junto a mi mamá iría a ver a este señor a su casa, para decirle que no volviera a molestarme nunca más. Y así lo hicieron.

Estaba sola en casa, cuando de repente golpearon la puerta. Pregunté quién era sin abrir, y hete aquí que era el hombre al que habían ido a increpar Delma y mi mamá, sin éxito, dado que no lo encontraron, porque en vez de estar en su casa, estaba en la mía.

 

Al corroborar esto, muerta de miedo, recuerdo que dije: "¡Dios mío!!!" Abrí la puerta y cuando él se disponía a entrar se lo impedí diciéndole que no podía pasar, porque mi mamá no estaba. Me preguntó adónde había ido y sin dudar, pero con vos temblorosa, le respondí que había ido junto con Delma a su casa, a decirle que no podía relacionarse más conmigo. Que se terminaba. No sé ni cómo me escuchó, porque yo cada vez hablaba más bajito, como cuidando los dientes de la trompada que, lógicamente esperaba.

 

Pude ver la furia en su rostro. Esa furia anticipadora de tanto terror. De repente dijo, con bronca, "está bien". Y volvió sobre sus pasos desapareciendo para siempre. Sí. Para siempre. Es decir, por si no te quedó claro, nunca, nunca, nunca más volví a verlo.

Eso me pasó cuando puse los ojos en Jesús. El primer obrar terrible, tremendo de Dios. Después de 5 años de escuchar de él, por fin pude conocerlo.

En ese mismo momento arrancó un tiempo de relación a veces más profunda, a veces no tanto, pero sostenida hasta hoy. Y aquí un poco de música celestial no vendría mal. Puede que no haya sonado, pero yo sí la escuché.

 

¿Qué estás pensando? ¿Que a partir de ahí todo fue paz y amor? Bueno. Lamento decepcionarte. Pero nunca más me sentí desprotegida. ¿La seguimos en la próxima?