¡Ay, se acabó el alcohol en gel!

Escrito por
Mirtha Ferrari

A comienzos de marzo de 2020, estábamos volviendo de las vacaciones y comencé a visitar a diario el Hospital, para ver a Lolita, una niña que junto con toda su familia, cautivó nuestro corazón.


Por otro lado, nuestra hija, que es odontóloga, estaba haciendo un posgrado en salud, en un lugar donde tenían información "de la buena", respecto a un virus que se rumoreaba que estaba llegando a nuestro país. Esto me confrontó por primera vez con la frase, esa frase que escucharíamos por mucho tiempo, refiriéndose a mi esposo y a mí, por la edad. Éramos "Población de riesgo".


"¡Mamá! ¡No podés estar yendo al hospital! Es peligroso para vos y para papá. ¡Ustedes son población de riesgo!".


Fue ahí que empezamos a prestar atención a las noticias. Fue ahí cuando se declaró la cuarentena. Fue ahí, cuando comenzamos a oír de verdad todo lo que se decía, "porque nos estaban cuidando". Mi esposo y yo somos muy prolijos en cuidarnos la salud. No padecemos, gracias a Dios, ninguno de los males que aquejan a los de más de 65. Por eso, ser población "de" riesgo, casi nos convierte en población "en" riesgo.


Y esta diferencia, causada solamente por una pequeña preposición de dos letras, se instaló como pesado gigante en el medio de nuestro living. De repente, escuchábamos las noticias, ya no para informarnos y estar al tanto de los hallazgos que se hacían acerca de esta enfermedad, de la que no se hacían hallazgos. Las escuchábamos cada día para contabilizar la cantidad de muertos.


Empezaron a enfermarse personas conocidas, algunas de nuestra familia, que lo pasaban mal. Empezaron a morir y a correr cierto riesgo de muerte personas que amábamos, y personas que amaban nuestros amados. También se metió en el medio el tema de la política, y aparecieron las opiniones de todo tipo y color, que en vez de ayudar, sólo provocaban mayor zozobra. Aparecieron  los médicos pro-vacuna, que nos decían las ventajas de vacunarnos, y los anti-vacunas, que decían lo contrario. Empezaron a aparecer vacunados con efectos colaterales tremendos, y otros, sin ninguna complicación.


Y nosotros, los pacientes de riesgo, íbamos a ser, junto con el personal sanitario, los primeros "beneficiados" para unos, y "perjudicados" para otros. Y todo esto de ser "de" riesgo, como decía antes, nos transportó casi automáticamente a ser "EN" riesgo.


EN riesgo de permitir que se instalara el miedo. EN riesgo de perder la paz. EN riesgo de atribuir al bicho apestoso el poder, la posibilidad., ya no de afectar nuestros cuerpos, sino también nuestras almas. EN riesgo de colocar al alcohol en gel, al barbijo y a los cuidados necesarios, en el trono de nuestras vidas.


Pero sobre todas las cosas, y la más importante, estábamos EN riesgo de que nuestra relación con el Coronavirus, y cuidarnos de él, pasara a ser casi tan importante como nuestra relación con quién nos tiene "sentados" en su regazo: Dios mismo.


Pero, como siempre que nos "vamos por las ramas", Dios nos trae a la realidad a través de su Palabra, hicieron eco profundo en nuestros corazones las palabras del salmista:
"Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría”. (Salmo 90.12)


Y nos dimos cuenta de que el verdadero riesgo era dejar de lado la dependencia de Dios. Que era necesario volver a poner el foco de nuestra vida en este Padre amoroso, cuyos planes son de bendición y no de maldición, aun cuando esos planes incluyan la muerte, y depositar toda nuestra confianza en su propósito para nosotros.


Todo eso, más la Palabra profética de este año, que nos ponía EN RIESGO de ser prisioneros de esperanza, cambió nuestro "aire espiritual".


Ayer escuchábamos una prédica de Matías, nuestro hijo, y él decía que a veces tenemos una mirada "repartida". Con un ojo miramos a Jesús, y con el otro miramos nuestras circunstancias, como si de esto dependiera la vida.


Padre, yo quiero ser una hija tuya que esté permanentemente "en" riesgo, de creer todo lo que tenés para decirme, de vivir conforme a tu Palabra, de esperar confiadamente mi futuro, que no está en las manos de la enfermedad, ni de las circunstancias, ni del destino, sino en las tuyas, llenas de esa misericordia que se renueva cada día. No quiero tener una "mirada repartida". Pongo mis ojos en Jesús, y no tengo temor al presente ni al futuro, porque,  como dice la canción, "tu mirada puesta en mí, me llena de tu paz".