Más viejos serán los trapos

Escrito por
Mirtha Ferrari


Hola. Soy Trapo Viejo. ¿Te acordás de mí?

He sido en mis tiempos mozos, una tela digamos "importante". Pertenecía a la corte del rey

No recuerdo bien, para qué me usaban, pero seguramente tuve un esplendor que hizo que mereciera que el rey o alguien de su familia se fijara en mí.

¿Que por qué me desecharon? No me acuerdo. Sin duda, el paso de los años y el uso frecuente, fueron desgastándome, y me inhabilitaron para seguir brillando.

Y ahora, me encuentro con esta frase que expresé y escuché expresar cuando era joven: "Más viejo serán los trapos".

Sin duda, cuando la dije, era despreciando a esos trapos que habían cumplido una misión y eran desechados, como yo ahora. De ninguna manera mi intención fue agradecimiento o respeto. Fue desprecio.

¡Qué vergüenza!

Y ahora, me encuentro en el ropero del rey, con las cosas que no se usarán más. Este trapo, que fue una tela despreciadora de otras que no tenían su lujo ni su magnificencia, ahora está amontonado, junto a otros probablemente de mucho menor valor, pero también desechado por viejo.

De todos modos, aunque estoy en este "ropero", junto a otros "chicos" que cumplieron funciones menores que yo, me doy cuenta de que la vejez, que el desprecio que nos han tenido, nos hermana, nos coloca en una situación de igualdad: somos "trapos viejos".

Chicos, escuchen. ¿El rey puso a Jeremías en un pozo? ¿Qué clase de castigo despiadado es ese? ¡Qué vivo! Parece que Jeremías le dijo cosas que el rey no quería escuchar, y como no hay mejor sordo que el que no quiere oír, lo castigó tirándolo a una cisterna, a un pozo, no de agua, sino de barro.

¡Qué tremendo castigo! El profeta de Dios en ese lugar. No. Con este tipo de gobernantes vamos de mal en peor. Como se dice corrientemente: castigó al mensajero, porque no le gustó el mensaje.

¿Y ahora? ¿Jeremías va a quedar hundiéndose en ese pozo inmundo, sólo por decir lo que Dios le ordena?

Es más o menos lo que me pasa a mí. Estoy hundido en este ropero, sólo porque alguien decretó que soy un trapo viejo, y que no sirvo para nada.

Se olvidaron de mi esplendor. Se olvidaron de cómo brillaba en ese atuendo del rey. De cómo complementaba su vestimenta. De cómo hacía que se luciera.

Bueno. Basta de autocompasión, que Jeremías lo está pasando mucho peor. Y no por cometer ningún delito. ¡Qué tremendo debe ser estar hundiéndose en el barro, sin pan para comer ni agua para tomar!

¡Alguien se acerca! ¿Para qué nos agarran? ¡No entiendo nada! ¿Quién es Ebed-Melek? ¿Un etíope? ¿Qué es un etíope? ¿Para qué nos lleva? ¿Alguien puede explicarlo?

Bueno, hasta acá mi delirio de hacer hablar a un trapo. ¿De dónde nació? Cuando leí Jeremías 38. Es cierto que Jeremías había sido castigado sólo por declarar la verdad de Dios. Es cierto que un etíope, Ebed-Melek se compadeció de él e intercedió ante el rey para sacarlo de ese tremendo lugar. Pero me llamó mucho la atención que esta persona tuviera la delicadeza de buscar trapos para que al subir al profeta con las sogas, no se lastimara las axilas.

Y esos trapos abandonados, fuera de uso, ahora cumplieron la maravillosa función de cuidar al profeta de Dios.

No quiero ni puedo interpretar este pasaje, pero sí puedo decir hoy que si hasta un trapo viejo puede ser usado para bendición, cuánto más vos y yo, que si estamos en esta vida, es porque Dios tiene propósito para ella.

¿Yo? ¿Servir? No conozco tanto la Palabra. No tengo demasiado tiempo. ¿Tengo algún don? Estoy achacada. ¿Y si me preguntan algo que no sé? ¿Y si hago lío? ¿Y si meto la pata? Ya no tengo paciencia. Ya pasó mi cuarto de hora. Es la hora de los jóvenes.

Ebed-Melek vio algo que nadie había visto: la necesidad del siervo de Dios. Lo vio y actuó en consecuencia. Habló con el rey, pidió clemencia, y cuando se la concedieron, no sé conformó con sacar a Jeremías del pozo, sino que se preocupó de que se lastimara lo menos posible. Lo cuidó.

Se me ocurren algunas personas que me hacen acordar a este etíope. ¿Te pasa lo mismo?

Quiero ser un Ebed-Melek, Padre. Mostrame claramente esas necesidades que nadie supliría, y para las que querés usarme a mí.

Viejos son los trapos, pero hasta los trapos viejos, puestos en las manos de Dios, pueden ser de bendición.