El que se escondió no se embroma

Escrito por
Mirtha Ferrari

Si hay algo que amo de la vida es ser abuela.

La ingenuidad de mis nietos me conmueve, aún mucho más que la de mis hijos a esa edad. Claro, en esa época, yo no tenía tiempo para detenerme a observarlos demasiado.

Verlos venir caminando por el pasillo con la boca ya preparada para besarnos. O cuando estaban como a un metro de la torta, y empezaban, mitad saliva, mitad aire a apagar las velitas. O sus bracitos alrededor de mi cuello. O tirar un chiche por el aire y romper algo, nunca tan importante como sus caritas compungidas primero, y sonrientes después, cuando llega el perdón.

Amo que quieran prolongarnos mucho la vida, amo que crean que tenemos respuestas para todo.

Amo que me "engañen" cuando los mando a lavarse las manos con jabón y apenas las rozó el agua.

Amo que amen a su abuelo, que también es mi amor.

Amo verlos jugar, divertirse, disfrutar.

Amo sus caras y gritos de sorpresa, al abrir un regalo deseado pero no esperado.

Amo que les guste venir a casa, que revuelvan todo, que abran cajones, porque se supone que los abuelos escondemos tesoros, y siempre hay alguno importantísimo que llevan a sus casas luego de rogarles a los padres que se lo permitan.

Amo ver sus personalidades tan distintas, y marcadas aun desde muy corta edad.

Amo a los varones, que se han convertido en muchachos hermosos, grandes, a quienes yo llevaba fuerte de la mano, cuidándolos al cruzar las calles, y ahora pasan su brazo por mi hombro, y me protegen, invirtiendo los papeles.

Amo a las chicas, dicharacheras, gritonas, coquetas, intrépidas, juguetonas, distintas, que saben muy bien lo que quieren, y lo defienden a los gritos. Van creciendo preciosas, cada una con su personalidad. En vacaciones, cuando están  juntas, me dividen la cabeza en tres partes, y cada una me hace el peinado que quiere.

Sin dudas, ser abuela es una de las cosas que más amo. Siempre digo que el abuelazgo es la recompensa que Dios nos da en un momento en el que nos preocupa el paso de los años. Me lo imagino a Dios diciéndome: "¿Viste? Está bien. Vas envejeciendo. Pero ¡Tenés nietos!!! ¿Qué tal?"

Y sí. Es cierto. Los nietos son sin duda un mimo de Dios.

Claro. Acá me podrías decir que te pasaron los años y no tenés nietos. Y ahí yo te digo que mires a tu alrededor y vas a encontrar hijos que necesitan padres, y nietos que necesitan abuelos cariñosos y amables, y que seguramente Dios cuenta con vos para serlo. Como diría alguien: "dejar de mirarnos el ombligo, levantar la mirada y ver a nuestro alrededor".

Mi experiencia es que Dios puso en mi camino padres, abuelos, hijos, nietos del corazón. Gente para amarme y para ser amados, y me encanta.

Volviendo a los chicos, un juego que no pasa de moda es "la escondida". Cuando el que "hace como que cuenta" se cansa, grita para que todos lo escuchen:

"Punto y coma, el que no se escondió se embroma", y sale corriendo a buscarlos.

Recuerdo cuando íbamos a la playa, y nuestros hijos jugaban a la escondida. Teníamos que estar atentos para no perderlos de vista. Lo mismo con nuestros nietos. Tanto se concentran en que no los encuentren, que puede ser que no sepan volver.

Este recuerdo tan tierno, hoy me conmueve.

Hace unos años Dios puso en mi corazón compartir, con mucha gente, de lunes a viernes, un pedacito de la Biblia, que sirva de aliento, de inspiración, de bendición.

Hoy leía el Salmo 94, que en el versículo 22 dice: "Pero el Señor es mi fortaleza; mi Dios es la roca poderosa donde me escondo".

Y sí. Cuando estoy afligida, triste o preocupada por circunstancias de la vida que no puedo, o no sé, o no depende de mí manejar o cambiar, me quiero esconder, quiero que todo eso no me encuentre. Quiero perder el rumbo, desorientarme.

Hoy este pasaje me confronta.

Decido ante las circunstancias adversas que puedan aparecer, ante las cosas que no puedo manejar, declarar que Dios es mi fortaleza, la roca poderosa que me esconde.

Y ahí me quedaré, hasta que la fortaleza, que es segura porque viene de él, aparezca. Y con ella la sabiduría y la estrategia que me ayuden a correr y a gritar: "¡Libre!!!"

Hasta que eso suceda, digo: "Punto y coma, el que se escondió NO SE EMBROMA". Y sigo "babeándome" por mis nietos. Uno de los tesoros más grandes de esta etapa de la vida.