¡Ah, no!!! ¡Sin respeto, no!

Escrito por
Mirtha Ferrari


Estamos en vacaciones. Y podemos decir que cuando colocamos nuestra vida en “modo vacaciones”, disfrutamos de cosas o momentos que no son los habituales, y de otros que aunque son cotidianos los descubrimos disfrutables de otra forma también.

Por ejemplo, compartirte algo que me inspiró de alguna forma es habitual, y sin embargo, se disfruta muchísimo.

Como te estaba diciendo, en vacaciones acumulo sensaciones, que reaparecen en mi mente y en mi corazón durante todo el año. La carcajada de algunos de mis nietos, el “¡Mirá abuela cómo me sale!” de alguna de las más chicas, el olorcito a carne asada lentamente en la parrilla, el “mirá ese pajarito cómo va tomando confianza y se acerca cada vez más a comer las miguitas que les vamos dejando” y en especial, mucho tiempo compartido con mi esposo, con el que estamos a punto de cumplir 49 años de casados. 

No es que durante el año nos veamos poco. Tenemos la mala costumbre de vivir juntos (esto es una broma). Pero en vacaciones nos "vemos" de otra forma. Relajados, divertidos, con mucho tiempo dedicado al juego, y al disfrute de las cosas sencillas.

En muchas ocasiones mencioné a Sergio, mi esposo, y prometí que te iba a hablar de él.

En primer lugar, Dios lo usó para restaurarme.

A mis 16 años, cuando fui al encuentro de Jesús, y le entregué mi vida, mi alma estaba en condiciones deplorables.

Muchas veces había creído palabras que desvalorizan, algunas acompañadas por hechos que contribuyeron a construir en mí un carácter "puercoespín" que reaccionaba ante el menor atisbo de ataque, obviamente, atacando.

Creía que no merecía ser bien tratada. Y cuando alguien me hablaba bien, me parecía que estaba fingiendo. Así era yo. 

Lo primero que pude observar en mi esposo, cuando ni siquiera éramos novios fue el respeto con que me trataba. Ese mismo respeto que puedo disfrutar a lo largo de todos estos años, y que produjo en mí un efecto multiplicador, enseñándome a respetarlo no sólo a él, sino a cada persona con la que me relacionaba.

Obviamente, nos sentíamos atraídos el uno por el otro. Pero lo que me impactó de compartir con él, fue ese respeto. 

Fue totalmente de Dios que pudiéramos encontrarnos. Yo quizás con la sola atracción me hubiera conformado. Pero no era eso lo que Dios quería para mi vida, y en su misericordia lo puso a Sergio en mi camino.

Lo que sucede es que Dios es "respetador". Lo podemos ver en su perfecta creación de nosotros mismos. Somos máquinas sincronizadas, preparadas para funcionar desde el momento mismo de la concepción. Pero en cuanto a las elecciones, nos dio total libertad.

Como padres, damos a nuestros hijos pautas de convivencia de acuerdo a la edad que tienen. Cuando están a nuestro cuidado podemos marcarles el camino, pero cuando crecen y se hacen cargo de sus vidas, nuestra injerencia disminuye, y aunque los veamos equivocarse y eso nos haga sufrir porque nos gustaría evitarles el sufrimiento que esa equivocación conlleve, debemos hacernos a un lado y respetar sus decisiones. 

Bueno, Dios hace lo mismo. Nos creó con la capacidad de tomar nuestras propias decisiones, aunque ellas incluso nos alejen de él.

Y la verdad, si algo aprendí es que en todas las relaciones debo respetar y ser respetada. A veces la necesidad de ser aceptados nos hacen "bajarle el precio" a la comunicación, y permitimos cosas que lastiman a otros o que nos lastiman a nosotros. 

El estar en una relación en la que no hay respeto, es a veces peor que la soledad. No por nada hay tantos pasajes en la Biblia que hablan de cómo deben ser las relaciones interpersonales. Entre otras muchas cosas, me dice que ame al otro como me amo yo, y que lo considere como superior a mí misma. Y que en lo que dependa de mí, procure estar en paz con todos.

Sí, incluso respetando al irrespetuoso. Y aún más que en el hipotético caso de tener enemigos, los asista y los ayude, porque "ascuas de fuego acumularé sobre ellos", o como dice la traducción en lenguaje actual: 

  • «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Así harás que le arda la cara de vergüenza». (Romanos 12:20).

¡Cuántas veces me ardió de vergüenza la cara, cuando era “puercoespín”! Pero gracias a Dios, que puso a Sergio en mi camino, y a través de él me enseñó que merecía ser respetada, y a la vez respetar. Ahora, Dios me desafía a que no me arda la cara de vergüenza, en lo que se refiere a tratar a las personas con respeto. Hasta la próxima.