El otro día, hablando con mi esposo, le decía que, más allá de la alegría que me produce este “intercambio” semanal que tenemos, me parecía que todo lo que escribía era para la “gente mayor”. Y él, práctico pero diplomático como es, me respondió: “Bueno, en realidad es porque viviste mucho, y hablás desde tu experiencia”. ¿Qué quiso decirme? ¡Que estoy viejita!!!! Y sí. Gracias a Dios llevo vividos unos cuantos años, y muchos de ellos teniendo su bendita paternidad que me contiene, me asiste y me respalda en cada circunstancia.
Vos dirás: “¡qué bárbaro! Esta mujer tiene a Dios en su vida, y entonces la relación con él le resulta automática, y la vida le sonríe, y todo le resulta fácil, no como a mí, que todo me cuesta tanto, y mis procesos son lentos, y debe ser porque no soy tan espiritual, o porque soy más joven, o porque no soy tan bella como ella (¡epa!).
Y la verdad es que si en algún momento te doy esa impresión, estoy fallando en mi propósito de escribir estas reflexiones, estas palabras que me permitís que te comparta, y que tanto disfruto. La vida es vida, con todo lo que eso conlleva. Hay etapas buenas y otras no tanto. Hay tiempos de gran plenitud, tiempos más o menos y tiempos no tan buenos, por no decir “peores”.
Nuestro país se parece a Egipto en tiempo de los faraones. Aunque no tanto. Siete años buenos, y los siguientes siete años no tan peores. Desde que me acuerdo, se habla de inflación, de crisis, de escasez. ¡No! ¡Esperá! No tires tu dispositivo por el aire, porque no te voy a tirar pálidas como se decía en mi adolescencia, ni voy a hacer un análisis político, o económico, ni nada. ¡Te pido un poco de paciencia!
No sé si escuchaste hablar de Steve Jobs. No. Steve Jobs es el creador de la empresa Apple, la de la manzanita, la de las computadoras caras, y de los teléfonos que se manejan solos, y que por poco si te descuidás te ceban mate.
Bueno. Este hombre, con una inteligencia superior, hablando en serio, lamentablemente se enfermó muy gravemente y murió a los 51 años. Pero no te voy a hablar de su enfermedad ni de su biografía. Te voy a compartir algo que él dijo y que esta semana me impactó. Habló del tener y no tener dinero. Que era lo mismo tener un auto carísimo y uno baratito porque los dos te podían trasladar, y que era lo mismo tener una mansión que una casita, porque nadie podía habitar 50 mil habitaciones al mismo tiempo. Y lo más impresionante de todo, dijo que con toda la plata que él tenía, no podía comprar a nadie que se enfermara por él o lo que era y fue peor, alguien que muriera por él.
Cuando mi mamá tuvo un ACV, tuvimos que traerla a vivir con nosotros. Esto determinó que desarmáramos su departamento, y guardáramos sus pertenencias incluso ropa en cajas.
Aunque ella nunca hacía mención a las cosas que le pertenecían, en realidad ni siquiera se acordaba de ellas, nunca me sentí con derecho a revisar esas cajas, mucho menos a deshacerme de su contenido.
Cuando cuatro años después ella falleció, tomé coraje para empezar a ver y seleccionar estas cosas. Lejos de entristecerme, tal como creí, me hizo reflexionar mucho todo lo que encontré.
¿Qué era? Fotos, tarjetas de cumpleaños, postales de viajes, recuerdos que incluso yo siendo su hija no compartía, y que no tenían casi valor para mí, pero que ella había guardado porque seguramente para ella tenían un gran significado.
¿Sabés que me hizo recordar todo esto? Las palabras de Steve Jobs. La herencia de quien tuvo todo, y más, y más, comparada con la de mi mamá, que podía estar contenida en unas cuantas cajas. Todos los tesoros de una persona que no tuvo mucho, estuvieron en mis manos, y pude disponer de ellos tal como quise, independientemente del sentimiento que le inspiraron a mi madre cuando guardaba cada una de esas cosas.
Entonces, al reflexionar en todo esto, las palabras de Jesús adquieren un peso mucho mayor. Él dijo que si íbamos a tener tesoros, que lo mejor era “amontonarlos” en el cielo, donde no se echan a perder, y donde nadie puede disponer de ellos.
Está bien, Señor. Es un consejo sabio como todos los tuyos. Pero, ¿qué vendrían a ser tesoros en el cielo?
Acá es donde vos te acomodás mejor en donde estás sentado, y esperás que vengan los dos puntos, y a continuación la lista, pero no. No, porque mis tesoros pueden no ser los tuyos, y eso lo decidís, cuando hablás con Dios. Pero te voy a contar algunos de los míos.
Tesoro en el cielo es el lugar que Jesús me fue a preparar, y que me pertenece desde el mismo momento en que le dije que sí, que creía que murió por mí, que cargó en la cruz con mi pecado y que resucitó, y que me libró de la muerte. Esto que Steve Jobs no pudo comprar con todo el dinero del mundo, que alguien muriera en su lugar, Dios me lo dio gratis, y sin siquiera merecerlo. Por amor. Simple y completamente por amor. Amor incondicional por vos, por mí y por toda la humanidad, y que pone a nuestro alcance a un paso chiquito pero importante, el paso de la fe.
Tesoros en el cielo son los abrazos, dados y recibidos, esos inspirados por Dios, que salen del corazón, y sirven para que algunos se sientan abrazados por él. Tesoros en el cielo son los “te amo” dichos y escuchados. Tesoros en el cielo son las risas a carcajadas y las lágrimas derramadas. Tesoros en el cielo son las palabras de aliento pronunciadas y recibidas. Tesoros en el cielo son las pruebas superadas y las por superar. Tesoros en el cielo son las ocurrencias de los chicos, y las sonrisas de esos viejos que vivieron más que yo, y que a pesar del sufrimiento y del dolor de las articulaciones me dicen que vivir la vida que el Señor les preparó vale la pena.
Sí, Jesús. Tenés razón. Es mejor guardar esos tesoros y tantos más que seguro se me van a ocurrir cuando esta reflexión ya haya sido publicada. Y además, anhelo que alguien se lo haya dicho a Steve Jobs antes de morir. Quién te dice. Quizás me lo encuentre en el cielo.