¡Qué alegría me da encontrarnos a través de estas líneas! Siento como que es un diálogo entre amigos, en el que puedo compartir algo de mi vida, no por sólo el hecho de contarlo, sino porque puede ser que te identifiques de alguna manera con mi relato, y te haga bien como me pasó a mí.
"La risa remedio infalible" es una sección de una revista muy prestigiosa, "Selecciones del Reader’s Digest". Esta sección se trata de historias cortitas, de situaciones graciosas que comparten personas de todo el mundo.
Mi abuelo paterno tenía una eterna colección de estas revistas que hasta hoy se publican, y cuando era chica me las prestaba para satisfacer mi avidez por la lectura. Y lo primero que leía eran estas secciones cómicas. Y me reía, mucho, sola.
La verdad es que no tuve muchos motivos para reír ni en mi niñez ni en mi adolescencia. Por eso, me gustaba tanto leer. Me metía en todas esas historias, y era feliz, porque me imaginaba siendo la protagonista de todas ellas.
Era Heidi, y mi abuelito terminaba amándome y mimándome. Era Jo de Mujercitas, y sufría mucho y a la vez me llenaba de orgullo al "ceder" mi cabello y venderlo para enviarle el dinero a mi padre, herido en la guerra. Después era Heidi, crecida, enamorándome de Peter, ese amigo de la infancia. Y una que me encantaba ya un poco más grande fue "Papaíto piernas largas", historia de una joven, que vivía en un orfanato, y si mal no recuerdo, terminaba casándose con su benefactor, de quién se había enamorado por las cartas que él le enviaba.
Leía una y otra vez todos estos libros, y sí, debo decir que me hicieron la persona soñadora que fui y sigo siendo aún hoy.
Este amor por las novelas hizo que me equivocara en una relación que creí que me haría cumplir todos esos sueños románticos. Pero esto no sucedió. Y pensé que ya no había esperanza para mí a los 16 años.
Pero los planes de Dios eran otros (¡menos mal!), y a la vuelta de la esquina, es decir, ahí nomás, estaba el secreto de la felicidad, que se prolongó toda mi vida, y “fuimos felices y comimos perdices”.
¡Noooo!!! Si te estoy dando esta idea, borrátela ya mismo de la cabeza, porque la vida de nadie es lineal, ni tampoco todo el tiempo "feliz".
Un error muy común que cometían algunos predicadores, era decir que teniendo al Señor en la vida todo estaba resuelto. Esto aún hoy provoca en ciertas personas, que cuando atraviesan luchas o problemas, incluso cuando se equivocan, en vez de acercarse a Dios para que les sane el alma, se alejan por vergüenza, o porque sienten que no están capacitados para "dar la medida". ¿Qué medida? ¿La del amor de Dios que es inmerecido, que es por gracia, la de la misericordia que se renueva cada día, o la de alguien a quien se le ocurrió una mala interpretación por culpa o remordimiento?
Ojo que no estoy tratando de bajarle el precio a la santidad. Te cuento un ejemplo, que por ahí te ayuda a comprender lo que quiero expresar.
Cuando nos casamos, mi esposo y yo habíamos hecho los deberes. Habíamos tenido un noviazgo en santidad, que traducido es, no habíamos tenido relaciones sexuales previas al matrimonio porque teníamos claro que eso era la voluntad de Dios (¡y seguimos pensando lo mismo!). Nos habían dicho que con esa condición, y siendo los dos creyentes, teníamos asegurada la felicidad.
Nadie nos habló de que la adaptación iba a ser un trabajo, del compartir, ni de sacrificar algunos deseos "míos" para lograr algunos "nuestros", mucho menos de desarrollar una comunicación sana y eficaz. En resumen, la buena relación matrimonial no se producía automáticamente, sin que tuviéramos que hacer solo tener fe.
Por supuesto, como esto no sucedió, ante las primeras discusiones por diferencias de criterios, y como nadie nace sabiendo, me sentí terriblemente frustrada, y convencida de que me había equivocado.
Como el divorcio hace casi 50 años era impensado, empecé a acariciar la idea de quedarme viuda. Pero, el Señor, en su infinita misericordia "pasó por alto" esta actitud mía (¡bien!), y nos fue dando sabiduría, estrategias, actitudes, y un amor incomparable de él por nuestro matrimonio, de nosotros para él y entre nosotros, que fue creciendo hasta el día de hoy. Es decir, el amor y la fe son fundamentales, pero deben estar acompañados de una actitud de construcción y de trabajo en la relación.
Esto que te cuento, puede parecerte dramático, pero lo recuerdo y me río, porque sólo a mí se me pudo haber ocurrido "librarme" de mi esposo, que es el amor de mi vida. Que cada día me parece más hermoso. Y encima, se ríe de las mismas cosas que yo.
Te cuento otra, casi tan ridícula como la anterior. Hace casi 30 años empecé a tener una condición física que se llama síndrome de fatiga crónica. Esto produce mucho cansancio, y fuertes dolores articulares y musculares, y se mantiene hasta hoy, con grandes mejorías temporarias, que se disfrutan mucho.
Cuando recién comenzaba, estaba un día súper bajoneada, en la cama, y empecé a decirle al Señor que me quería morir. Y dale con que me quería morir. Fantaseaba con esta idea, y cada vez me entristecía más. De repente, le digo al Señor, en serio, desde lo profundo de mi alma:"¡No, Señor! ¡Por favor hoy no! ¡Tengo el placard desordenado! ¿Qué van a pensar de mí los que lo abran?
Esto sucedió tal cual. ¿Sabés qué pasó cuando tomé conciencia de lo que había hecho? Estaba sola en mi casa, y mis carcajadas se escucharon por todo el edificio. Y lo mejor de todo, me lo imaginaba a Dios riéndose también conmigo.
Y qué buen título tiene esa sección de la revista, "La risa remedio infalible".
Esta experiencia y muchas otras ridículas como esa, me ayudan a desdramatizar la vida, incluyendo la relación con Dios. El tener conciencia de que puedo acudir a él y me socorre oportunamente, el saberme su hija, elegida, amada, perdonada gracias a que Jesús dio su vida por mí, y que encima tengo un hermoso lugar a su lado cuando me muera, me arranca una sonrisa, y después una risa, y después una carcajada, por la alegría que me produce. Y sí. Sin duda, la risa es tan buena, que obviamente, es puesta por Dios para que la disfrutemos. Y seguramente, él la disfruta con nosotros, porque es infalible. Y porque reírse es salud.