Cuando producto de una infección mal curada me quedó como secuela el "síndrome de fatiga crónica", me sentí en la obligación también muchas veces de "justificar" mi falta de fuerzas, mis dolores, mi necesidad de descanso.
Como es una enfermedad funcional, que se diagnostica a través de los síntomas y no de los estudios (laboratorios, radiografías, etc.), tenía que explicarme y explicar porqué antes sí podía y ahora no. Creo no equivocarme si digo que fui y soy mi primera crítica.
Cuando empecé a leer acerca de esta enfermedad, y de su prima hermana la fibromialgia, aprendí mucho acerca de los síntomas, y del descanso necesario para sobrellevarla. Los médicos te dicen que descanses antes de cansarte, y que cuando sientas que tus fuerzas se agotaron, dejes lo que estás haciendo, y te vayas a la cama, y te relajes.
¡Claro! ¡Esto es tan fácil cuando uno tiene 40 años, tus hijos son adolescentes, y estás en tus mejores condiciones para ponerle pilas a todo lo que querés lograr en la vida!
Dejando de lado la ironía, esta situación fue todo menos fácil. Lo más difícil con lo que tuve que lidiar fue conmigo misma. ¿Yo? ¿Descansar? ¿Pedir ayuda? ¡Noooo! No necesitaba la ayuda de nadie, porque aunque no me daba cuenta, dentro mío era yo mi dios omnipotente. Y yo podía todo. Y yo no necesitaba a nadie para llevar adelante mi vida familiar, ocuparme de nuestras madres (de mi esposo y mía), mi ministerio, y un servicio a Dios “de excelencia” donde la palabra "no" no existía.
Espero que con esta descripción, hayas comprendido cuánto necesitaba la intervención de Dios. Muchas veces hablé de mi esposo, y si no lo conocés, y de repente te topás con él por alguna circunstancia, vas a saber que es él, porque nunca vas a encontrarte con otra persona con un don de servicio tan marcado, y una energía tan superlativa, que no disminuye ni siquiera con el paso de los años.
Te cuento que al principio de mi enfermedad, para tratar profundamente conmigo, Dios me dejó completamente sola. Es decir, mi esposo no se daba cuenta de mi necesidad (algo imposible en él) y yo no le pedí ayuda. Se iba a trabajar todas las mañanas, y me quedaba en la cama, sin fuerzas, casi ni para lo más esencial, mucho menos para prepararme un mate, o un desayuno. Mis hijos volvían de la escuela, y esperaban de mí una atención que no podía darles, pero de lo que tampoco les hablaba.
En ese tiempo, miraba en televisión una y otra vez la misma película, sin acordarme de que la había visto. Quería hablar, y de pronto me di cuenta de que había perdido gran parte de mi vocabulario. Podía haber aprovechado para dormir, pero otro de los síntomas de esta enfermedad es el insomnio. Cuando más atacado estás, más agotamiento y menos sueño.
Dios podía haberme enviado un ángel para que me hablara. Después de todo, ¡Yo me lo merecía, con todo el tiempo que dedicaba a servirle!!! Pero no.
Un día, estaba acostada mirando el techo de mi habitación, y vi de pronto, una telaraña, pequeña, justo encima de mi cabeza. ¿En mi casa una telaraña? ¡Imposible! En ese entonces venía a ayudarnos a limpiar una señora, y entonces me dije: "No puede ser. Le voy a decir que pase el plumero".
Y pasaron los días, y las semanas, y olvidaba decírselo, por lo que la "terrible" telaraña se hizo mi compañera, y lo mejor, fue lo que Dios usó para ministrarme. Y de pronto entendí. En medio de mi frustración entendí lo que Dios quería decirme.
Por todo lo que había vivido, había desarrollado esta inconsciente omnipotencia, que se hizo consciente literalmente cuando no pude. Porque no tenía fuerzas ni para orar, pude dejarlo hablar a él, y él me dijo que ya estaba, que ahora lo tenía a él, EL verdadero Omnipotente. Que pedirle ayuda a él no era ser débil, sino todo lo contrario. Que tener una telaraña sobre la cabeza, o cierto atraso en la limpieza de la casa, no era un pecado. Qué contarles mi necesidad a los que me rodeaban no me hacía menos madre o menos esposa.
También me enseñó que puedo complementarme con mi esposo en el servicio, y que juntos, los dos, somos más eficientes: yo en la planificación y él en la puesta en práctica. Que puedo adorar sentada en el culto, y él, que es mi Padre ve mi corazón, y sabe que en realidad estoy de pie y hasta de rodillas.
Me enseñó también que no es necesario que esté dando explicaciones a todo el mundo porque no estoy haciendo lo que se espera que haga, porque agoté mis fuerzas. Y entonces puedo elegir a quien decírselo, porque no me va a juzgar, e incluso va a hacer lo que yo no pueda, como un servicio.
Y algo fundamental que aprendí, es a mirar con misericordia las dificultades de los demás, así como Dios mira con misericordia mis dificultades.
Si con todo lo que te conté te di mucha lástima, te cuento que no era ese el objetivo. El necesitar quedarme quieta, desarrolló en mí una sensibilidad para la que de otra forma no estaba preparada. El sentirme omnipotente, me hacía juzgar duramente a todo el que "no podía". El ahora sentirme necesitada, me ayuda a consustanciarme con la necesidad del otro, ya no sólo desde lo físico, sino también desde lo emocional y espiritual.
Y otra cosa que siempre llamó la atención de los médicos, es mi actitud cero depresiva. Entre nosotros, te diré que aún, después de casi treinta años, y de estar mucho mejor, al punto de hacer prácticamente vida normal, cuando no puedo, me "pego mis lindas lloradas de frustración", generalmente en el hombro de mi esposo, de mis hijos o de mis amigas, y eso me libera de la angustia, y renueva esta alegría mía, que me lleva a disfrutar tanto de la vida.
Un nuevo desafío se me presenta ahora, y es el paso de los años, el envejecer. Una nueva situación a la que debo adaptarme, sobre todo en este tiempo en que se nos exigen tantas cosas. Estar lindas, atléticas, coherentes y graciosas.
Jesús dijo que vino a darnos libertad. Y ahora me toca aprender a disfrutar con libertad de este tiempo, aceptando las limitaciones que no puedo sortear, y desarrollando la creatividad para superar aquellas que sí puedo realizar. Saber que Dios tiene propósito para mi vida y para la tuya. Que el "ya está", lo determina él cuando nos lleva a su presencia.
Son las 3 de la mañana y estoy escribiendo estas líneas. Me desperté con estas palabras en mi mente. Quizás Dios me las recordó porque lo necesitaba.
¿Y vos? ¿Habrá alguna pequeña telaraña que te ayude a pensar, no importa tu edad ni tus circunstancias? ¿Algún pequeño indicativo de que Dios quiere decirte: "Tranqui. Yo sigo siendo Dios. No importa lo que crean los otros. Yo veo tu corazón. Te amo y nada ni nadie puede impedirlo". Besitos. Hasta la próxima.