El fin de semana pasado, mi esposo y yo junto a otras 6 parejas estuvimos sirviendo en el Retiro de matrimonios de nuestra iglesia. No. No esperes que te cuente nada de su funcionamiento, porque nos gusta guardar el secreto para que los que vayan sean sorprendidos por cada cosa. Lo que te quiero contar, es que varias personas me comentaron que leen lo que escribo, y que lloran y se ríen, como lloro y me río yo cuando lo relato. Más allá de que me hace bien saber que te gusta y lo disfrutás obviamente porque soy una persona común y me encanta, me emociona saber que puedo transmitir vida a través de este medio, y la vida tomada de la mano de Dios.
Lo que sí te voy a contar es que aún no estoy totalmente recuperada del “tsunami” de salud que atravesé, y que una personita, chiquita de tamaño, pero enorme en el Señor, dedicó un montón de tiempo mientras charlábamos en un grupo, a hacerme masajes que aliviaron tanto mis dolores que dormí y descansé toda la noche. ¡Gracias, Brenda!
Hace alrededor de 7 años, en un culto de domingo a la mañana, despedimos a una familia compuesta por 4 personas, que volvía a su ciudad, después de haber vivido en Buenos Aires unos meses, debido a que su hijita más pequeña, Lolita, había sido trasplantada del corazón.
Cuando terminó la reunión me acerqué a saludarlos, e intercambiamos números de teléfono con Flavia, la mamá. ¿Por qué? Porque no te olvides que cada día me gusta compartir un texto bíblico con mis contactos, y ese y no otro era el objetivo.
Pasó el tiempo, y un día recibí de Flavia un pedido de oración: “Te pido que ores por Lola. Está internada y le van a hacer un estudio con sedación, y estoy muy preocupada”. Enseguida la llamé para preguntarle los detalles, y me dijo que tenía una infección cuyo nombre no recuerdo pero producida por una medicación que tomaba a causa del trasplante. Luego me dijo que estaba internada en Capital a unas pocas cuadras de mi casa, ya no en Bahía Blanca donde vivían. Así que hacia allí me dirigí, para ver si necesitaban algo.
Se me nubla la visión y casi no veo lo que escribo por las lágrimas, no de tristeza sino de emoción. Porque ahí comenzó una relación de amistad, de familia, de amor, que sólo los que pertenecemos a este pueblo sabemos que puede suceder. ¿Qué pueblo? El pueblo de Dios.
Lolita mejoró y luego volvió a estar mal. Hoy en día está preciosa, sana, vital, graciosa y quiere ser famosa, y ama a los animales, y a sus papis, a sus abuelos, a su hermanita Mía que también es preciosa, a sus tíos, a sus primos y a estos abuelos de Buenos Aires, es decir, a mi esposo y a mí. Lolita ama. Por sobre todas las cosas, Lolita ama a Dios y Dios le habla.
Por eso este título. ¿De qué pueblo sos? En el pueblo de Dios suceden estas cosas muy locas. Personas que no se conocen sienten un amor que los trasciende, que no depende de ellas porque proviene directamente de la gran “usina” que es Dios. Al punto de hacer que dos desconocidas como Flavia y yo, de repente sintamos la una por la otra un amor que con el tiempo se fue llenando de acciones, pero que desde el principio fue auténtico, inexplicable, disfrutable. Tanto que Flavia y Darío su esposo son nuestros “hijos” de Bahía Blanca, y nosotros somos sus “papás” de Buenos Aires. ¿Podés creerlo? Sí. Estoy segura de que lo creés si ya pertenecés al pueblo de Dios.
En este pueblo no hay “grietas”, no hay nada que desuna, sino todo que nos une y ese todo es Dios mismo, para que los que no creen crean en su poder, en su amor, en su provisión, en su salvación. Dios permitió que su Hijo fuera a la cruz y resucitara al tercer día, para que creyendo pudiéramos ser llamados sus hijos, limpiar nuestro pecado y formar parte de este glorioso pueblo. ¡Gracias, Dios!
En la Biblia encontramos numerosos pasajes en los que Dios nos habla acerca de cómo relacionarnos con las personas. ¡Qué difícil es en un mundo tan dividido, donde se anteponen intereses, dónde existe el “sálvese quien pueda”! Sin embargo, esto no es así en el enorme pueblo de Dios. Cada uno puede tener su equipo de fútbol preferido, votar a distintos partidos, vivir de formas distintas de acuerdo a sus tradiciones, pero seguimos siendo pueblo.
En fin, todos ustedes deben vivir en armonía y amarse unos a otros. Pónganse de acuerdo en todo, para que permanezcan unidos. Sean buenos y humildes. Si alguien les hace algo malo, no hagan ustedes lo mismo; si alguien los insulta, no contesten con otro insulto. Al contrario, pídanle a Dios que bendiga a esas personas, pues él los eligió a ustedes para que reciban bendición. (1° Pedro 3.8 y 9)
¿Y vos? ¿De qué pueblo sos?