Muchas veces te hablé del lío que era mi familia, pero hoy quiero contarte un episodio para el que debo sí o sí introducirme en la historia.
Mi papá se fue cuando yo tenía 16 años. Eso hizo que mis padres dejaran de hablarse por años. Eventualmente podía ser que se encontraran en mi casa cuando ya estaba casada, pero se saludaban y nada más. Esto fue así hasta que mi papá formó una nueva pareja. Resultado: incomunicación total. Si por esas raras cosas de la vida coincidían en algún lugar, podía ser que se dijeran un “hola” y nada más.
Por supuesto, las reuniones familiares eran separadas. Mi mamá no soportaba ver a Maruca, la nueva mujer de mi papá, y mi papá como no podía ir con ella, fue el gran ausente con aviso de cuanto evento surgía. Con palabras de hoy sería como que en un universo estaba mi mamá y en otro paralelo, mi papá.
Si te cuento lo que me sucedía era que la situación estaba tan naturalizada, que casi la habíamos aceptado tácitamente todos los actores. Y así fue transcurriendo el tiempo, crecieron nuestros hijos y nadie hacía o decía nada al respecto, por lo que se había construido algo que corría peligro de derrumbe en cualquier momento. Cada uno había entendido cómo nos manejábamos, y así lo hacíamos sin ninguna dificultad. Con un lado de la familia se hablaba de ciertas cosas, y de otras con el otro lado de la familia.
Un día, cuando Daniela nuestra hija menor tendría trece años, nos dijo que se quería bautizar. Hasta ahí todo bien, te imaginarás. Alegría mayúscula, preparativos y todo lo demás que iba tranquilo, hasta que la niña nos dice que el bautismo se hará un día de verano, en una quinta con pileta, y que pasaríamos todo el día en un picnic, con mate, facturas, asado y todo como correspondía.
Lo que no “correspondía”, o sí pero me sacó totalmente de mi eje, fue el planteo de Dany: “Quiero que toda mi familia esté presente”. Y fue muy clara al decir que toda mi familia incluía a mi suegra, a mi mamá, a mi papá y a Maruca. Todos en el mismo lugar, pasando el día.
Inútiles fueron los esfuerzos de mi esposo y míos para hacerle entender que eso era algo que podía suceder en un mundo ideal, pero que lamentablemente estábamos en un mundo real. Pero ella insistía. Y tenía razón.
Gran desafío para nosotros como padres, que entendíamos perfectamente el planteo de nuestra hija, pero sabíamos por experiencia lo difícil que sería. Le respondimos que nosotros íbamos a orar, y que si era la voluntad de Dios iba a suceder, a lo que ella nos respondió con absoluta confianza: “¿Cómo no va a ser la voluntad de Dios?”. Gran cachetazo a nuestra incredulidad basada en el conocimiento que teníamos de cada uno.
Empezamos a orar, para que se diera naturalmente, para que Daniela pudiera disfrutar de ese día sin nada que lo opacara, para que no hubiera enfrentamientos ni discusiones, para que todo transcurriera en paz y sin obstáculos. Aunque la verdad es que mucho no creíamos que esto podía llegar a suceder basados en las experiencias anteriores.
Invitamos a mi papá y a Maruca como mirando para otro lado, esperando el “no”, y casi nos caemos sentados cuando nos dicen que sí, que iban a ir. Le contamos a mi mamá que al bautismo iba a ir “gente inesperada” por ella, y cerramos los ojos como esperando el “entonces yo no voy”, que nunca llegó. A pesar de estas respuestas positivas, seguíamos orando ahora por nuestra hijita, porque no queríamos que se sintiera defraudada cuando alguno de sus abuelos avisara que no iba a concurrir.
A la pregunta “¿qué llevamos?” respondimos en todos los casos que nada, que nos ocuparíamos de todo. Esto era por si a último momento uno de ellos decidía no ir, para que no nos faltara nada.
Llegó el día y llegamos al lugar. Pusimos un mantel sobre una mesa grande porque íbamos a ser muchos, y fue transcurriendo todo tranquilamente. De repente me vi tomando mate y comiendo facturas con todos estos viejitos cabeza dura, todos juntos, charlando en armonía, ¡por primera vez! ¡Era increíble! Pero ¿cómo podía ser increíble si habíamos orado tanto para que sucediera? ¡Dios lo hizo! ¡Dios lo había hecho!
Y esta situación tan traumática para mí, porque debo confesarte que sufrí un montón durante el tiempo previo, ya que por un lado, no quería que mi hijita se desilusionara, y por otro, quería disfrutar de ese día sin preocuparme por hacer de árbitro en discusiones sin sentido, se transformó en un montón de recuerdos agradables, de situaciones familiares “comunes y silvestres”. ¡Sólo Dios podía hacerlo, y lo hizo!
Hay una canción hermosa que en su estribillo dice:
¿Cómo no voy a creer si puedo verte en cada cosa? Tú caminas conmigo dondequiera que yo voy. ¿Cómo no voy a creer si puedo sentir tu presencia? Que has sido tú quien me sostiene dónde estoy. ¿Cómo no voy a creer?
Te cuento que ese fue el comienzo de una relación un poquito más normal. No ideal, no como me hubiera gustado, pero nunca más sentí el ruido de los misiles de guerra entre mi papá y mi mamá. Dios lo hizo. ¿Cómo no voy a creer?