En camisón y ruleros

Escrito el 07/10/2022
Mirtha Ferrari

¡Wouuuu! ¡Qué título!


Cada semana busco dentro mío algo que pueda compartirte. Tal como habrás notado, no es un estudio bíblico, pero siempre, siempre está inspirado en algo que sentí, que siento, o que me propongo sentir. Algo que Dios hizo, está haciendo, o espero que haga en mi vida, y con lo que vos pudieras identificarte.


No porque esto que me sucede sea "lo que tiene que suceder". No lo creo así, y si alguna vez te parece que esa es mi intención, decirte qué debés hacer, o cómo hacerlo, significaría que "me subí a la palmera". Te voy a pedir por favor, que me bajes de ella, pero con cariño.
Ésta fue una semana en la que todas mis charlas "serias" estuvieron marcadas por la culpa. Mía y ajena. Siempre culpa. Culpa por sentir, culpa por no sentir, culpa por hacer, por no hacer, por haber hecho. Culpa.

 

Tengo ascendencia judía, y por lo tanto nunca asistí a una misa católica. Tranqui. No voy a hacer una sesuda comparación entre el judaísmo y el catolicismo. Me da la impresión de que acá dejás de leerme. Te imagino, si estas palabras estuvieran en un libro tradicional, de papel, que acá lo  cerrás con fuerza, diminutas partículas de polvo quedan volando en el aire, y vos te preguntarás: "¿Para qué?" antes de colocarlo en el estante más alto de tu biblioteca.


Bueno, no. Volvamos a la culpa. A pesar de mis raíces judías, siempre me llamó la atención el "por mi culpa, por mi grandísima culpa". Y además, no sólo llamó mi atención, sino que lo interpreté como un rasgo de humildad. Reconocer la culpa.
Por otro lado, esto de la culpa no es ajeno a la tradición judía. No hay nadie más culpógeno que una madre judía.
Pero, ¿a qué viene todo esto? A decir que la culpa no es un rasgo de humildad, que la culpa no es reconocimiento de algo, que la culpa no es arrepentimiento.
La culpa es el pase de factura que nos hace el diablo, trayendo a nuestra memoria acontecimientos o pecados de los que ya nos arrepentimos y fuimos perdonados. La culpa viene a ser la reja tras la que el enemigo quiere colocar nuestra libertad en Cristo, para que no la disfrutemos. 


Ya  comenté de ese dolor inconmensurable que padecí, y quiero decir que: ¡Desapareció!!!
También  había contado que estaba siendo súper medicada, y que a pesar de hacer bien los deberes, y cumplir con  los horarios, los tiempos, el reposo, todo y más, el dolor no se iba.
De repente, alguien muy admirado por mí, me dice "¿Y si pedís oración?" ¡Tremendo consejo!!! ¡Pero que a la vez se caía de maduro! ¿Por qué tengo libertad para orar y pedir oración por vos, por otros, pero ni se me había ocurrido pedir que oraran por mí? ¿Seré tan humilde que no creo merecerlo? ¿O seré tan soberbia que no creo necesitarlo?
Cuando decido pedir oración, algo sucede. En primer lugar, el dolor comienza a aliviar lentamente, de manera que ya no requiero de esos calmantes tan fuertes. Y en segundo lugar, aparece el cuestionamiento: ¿Por qué no pude mostrarme necesitada?


De pronto, me imagino al padre de tinieblas felicitando al demonio que envió a molestarme, y diciéndole: "Es por ahí. Hay que nublarle el entendimiento, debilitarla para que no vea la bendición que la espera, de la que dispone. Pero si por alguna razón, aparece cierta luz, por la intervención de Dios, lo mejor es sumirla en la culpa. La culpa nunca falla. Culpa por estar enferma, culpa por no haberse dado cuenta de que podía pedir oración, culpa por no dar la medida de fe que se espera de ella. Seguí así. Vas por muy buen camino".
Y este "buen camino" del entenebrecedor de mentalidades, logra lo que se propone: que esa culpa me haga sentir "indigna" de merecer el favor de Dios, porque no doy la medida de las expectativas que tiene sobre mí.


¡MENTIRA!!!! No soy digna, porque nadie puede ser digno. ¿Qué puedo hacer para merecer el favor del Todopoderoso? ¡Nada!!! Pero cuando el Todopoderoso es mi Padre, yo puedo presentarme ante el trono sin protocolo, en camisón y ruleros, y sentarme a upa de Dios, porque es la sangre de Jesucristo derramada en la cruz la que me hace HIJA, la que me habilita a clamar por mí también.


Jesús dijo que íbamos a ser afligidos, pero que confiáramos en él. No dijo que voy a pasar por la vida como pisoteando las circunstancias adversas. No dice: “Te voy a evitar sufrir”. No dice ni siquiera. "Todo va a estar bien". 


Uno de los juegos que me gusta hacer con mis nietas más chiquitas, cuando hablamos por teléfono, es que Puppy, mi perrita, las salude, y para ello imito lo que sería su voz. Las hace reír mucho cuando Puppy "les dice" insultos perrunos. "Pavota" es el más requerido. Y hoy me parece que me lo merezco. No sé si el pavo es un animal "pavote", pero en esta circunstancia, yo sí lo fui. ¡Pavota! ¡Fuera la culpa y el temor! ¡Fuera la necesidad de "hacerlo quedar bien a Dios"! ¡Es DIOS!!!! No lo necesita!!! ¡Y yo sí, necesito de todo su favor!!! ¡Y lo tengo!!! ¡Porque SOY SU HIJA!!! (Esto último, gritado, ¿Qué te parece?)