Estamos en el horno

Escrito el 28/10/2022
Mirtha Ferrari


Al mal tiempo buena cara. Dios le da pan al que no tiene dientes. No hay mal que por bien venga. El que no corre vuela. A buen entendedor pocas palabras. Cría cuervos y te sacarán los ojos. Hacete fama y échate a dormir. Del dicho al hecho hay mucho trecho.

¿Alguna vez alguien te habló a través de un refrán como estos? ¿Qué es un refrán? Es un dicho popular, que trasciende generaciones, sólo por repetición.

Al mal tiempo buena cara, es como para decir que frente a la adversidad, te disponés a soportarla, y a hacer algo para modificarla. No está mal. ¿No?

Dios le da pan a quien no tiene dientes, es más complicado, porque presupone una injusticia de Dios, que le provee a alguien algo, que no puede o no quiere aprovechar.

El que no corre vuela, hace un juicio de valor comparando la viveza de una persona, en detrimento de la viveza de otra, que como no "vuela" llega tarde y nunca obtiene lo que se propone.

A buen entendedor, pocas palabras, o como decía mi mamá: "Ya te lo dije. No te hagas la zonza".

Cría cuervos y te sacarán los ojos, en mi familia iba siempre acompañada de otra expresión que decían ya mis abuelos: "Chicos chicos, problemas chicos. Chicos grandes, problemas grandes". Y se empleaba casi siempre cuando se nos ocurría hacerles algún planteo a nuestros mayores.

Hacete fama y échate a dormir, quiere decir que hiciste las cosas mal una vez y los demás se enteraron. Bueno, estás sonado, porque por más que hagas para cambiar la situación, ya te hiciste la fama y no hay vuelta atrás.

Del dicho al hecho hay mucho trecho. Estas palabras significan que pueden ser buenos tus planes, pero es dudoso que puedas alcanzarlos.

Estos son algunos de los dichos populares que vienen a mi memoria. Incluso, creo, que son los menos perjudiciales.

Muchas veces escuché que me los decían, y muchas veces me encontré diciéndolos, incluso involuntariamente, porque fue lo primero que se me ocurrió, ante determinada situación.

No sé si a vos te pasó, seguramente no. ¿Pero sabés las veces que me encontré diciéndoles a mis hijos algunas de las frases que me habían dicho a mí, y que me habían herido? ¿Quería hacerles el mismo daño que yo había sufrido? ¡NOOO! Pero eran fórmulas aprendidas, grabadas en mi mente por repetición.

Yo ya te conté que provengo de una familia en la que la comunicación era agresiva, y por lo tanto, ¿cómo era mi comunicación? ¡Agresiva! ¡Si! Estos refranes y otros peores estaban casi siempre involucrados en mi vocabulario.

Cuando me casé, mi santo esposo empezó a remarcarme esto, y por supuesto, ello generó en mí mayor agresividad. ¿Quién se creía que era? ¡Yo ya me había librado de mis padres, y ahora me había comprometido con este cuestionador? ¡Noooo! ¡No lo iba a permitir!

Me olvidé de mencionarte otro refrán que describía mi forma de confrontar no de afrontar la vida: "el que se quema con leche, ve la vaca y llora". ¡Y sí! ¡Yo estaba herida! ¿Y cómo reaccionaba? ¡Hiriendo! ¡Obviamente!!!  Frente al mínimo cuestionamiento, ahí saltaba yo como "leche hervida", otra frase muy repetida en ese tiempo. Y como palabras no me faltaban (ya te habrás dado cuenta), no dudaba en subirme al ring, y en dos o tres frases, dejarte tirado en el piso. Casi siempre ganaba, pero poco a poco esas victorias empezaron a tener un sabor amargo, porque ya el Señor moraba en mi vida, y cada vez más me entristecía mi forma de ser.

Cuando me di cuenta de esto, pedí ayuda. Y con el tiempo pude entender las palabras de Jesús cuando dice que lo que contamina las relaciones no es lo que entra por la boca, porque eso se digiere y lo que no sirve se desecha en el inodoro, sino lo que sale de la boca. Porque yo puedo estar enojada y decir cosas que incluso ni siquiera siento o pienso, y arrepentirme. Pero ya las dije, y esas cosas que dije en ese momento de furia, van a seguir trabajando en el alma de la otra persona, y van a teñir sus relaciones conmigo, con otras personas, e incluso con Dios.

Quizás te sientas identificado con algo de lo que te cuento. Te abro mi corazón para decirte que probablemente provoqué heridas en las personas que más amo. Les pedí perdón a ellos y a Dios. Algunos pudieron perdonar. A otros les cuesta más.

Quizás esto que te digo te recuerde alguna actitud tuya que no estás pudiendo cambiar, y pienses "estoy en el horno", como diciendo me quemo y no hay solución. 

Y sí. Estamos en el horno vos y yo.

Pero ¿te acordás quién acudió a salvar del horno de fuego a los preciosos amigos de Daniel, quienes procuraban agradar a Dios por sobre todas las cosas, sin importarles los riesgos que corrían? DIOS mismo.

No permitas que el diablo te mantenga en el horno cuando Dios quiere darte las fuerzas y la sabiduría para librarte de él. ¿Cómo se hace? Haciéndolo. Poniéndote en las manos de Dios. Buscando ayuda en su Palabra, en la relación con él, en el consejo de quien pueda ayudarte.

Cuando el diablo intenta pasarme la factura por algunas cosas que con el alma herida herí a mis hijos, vienen a mí estas palabras de Jesús, que aprovecho a recordártelas: "Ningún padre que su hijo le pide pan, le da una piedra". Y le ordeno al diablo que se calle.

Y sí. He cometido equivocaciones. Me dijeron y dije cosas que hirieron. He pedido perdón. Estoy libre. Y estoy en el horno, no porque esté todo mal, sino porque cuento con la tremenda, la preciosa ayuda de Dios, que concretará su perfecta obra en mí.

Si Dios sigue cambiando mi realidad a pesar de estar en el horno muchas veces, puede cambiar la tuya. ¿Tenés alguna duda?