Desde que era muy chica me gustó escribir. Es que al no tener (o al menos eso era lo que yo interpretaba) con quién abrir mi corazón, contar mis temores, buscar respuesta a tantos interrogantes de mi niñez, de mi adolescencia, escribía.
La escritura me ayudaba a descargar la ansiedad que me producía crecer en un ambiente en el que me sentía incomprendida, y la lectura me ayudaba a vivir vidas que me hubiera gustado vivir. A veces dramáticas, a veces venturosas, pero siempre que terminaran bien. En las que se sufría mucho durante el desarrollo, pero en las que el final era feliz.
El otro día hablaba con mi hermano, y se acordaba de alguna de las cosas que inventaba para crear una realidad distinta a la que nos tocaba vivir. Por ejemplo, el agua que se tomaba en las comidas no era agua sino “gin” y chocábamos los vasos en un brindis inventado, por lo que fuera. ¿De dónde saqué lo del gin? Lo desconozco. Debo haberlo leído en algún lado.
Como decía, me gustaba y me gusta escribir. Y muchas veces, me siento alentada por tus palabras, cuando comentás que leíste algo de mi autoría y que te gustó, que te hizo reír, o incluso que te emocionó, quizás porque te sentiste identificado en ese momento.
Te voy a hacer una confesión que no me enorgullece, pero que puedo justificar con la inmadurez de ese momento. A los 16 años comencé a leer la Biblia ávidamente. Y debido a esa corta edad y a la necesidad de los finales felices, me tomé la atribución de criticar, por ejemplo, que Dios no le permitiera a Moisés entrar a la Tierra Prometida, a David por ser tan violento y por matar a Goliat en vez de resolver sus diferencias hablando, a Ana por abandonar a su hijo en el templo después de haber rogado tanto por tenerlo, a Salomón, que a pesar de tanta sabiduría no hubiera podido aplicarla a su propia vida. Y así con casi todos los personajes, que no resistían mi crítica y lineal lectura de la Palabra de Dios.
Gracias a Dios, esto fue cambiando con los estudios, con la madurez espiritual y de la otra, y con tanto recibir de personas guiadas por el Señor, especialmente preparadas por él para compartir lo que él quiere que tengamos claro.
Pero hoy, voy a contarte algo, una perlita que encontré “casualmente”. Un final feliz en la Biblia, que me encantó, y me sirvió y me sirve cuando me toca hablar con alguien que atraviesa una situación similar.
Me gusta leer la Biblia ordenadamente. Cuando llego a Job, debo hacerte otra confesión, y es que no me gusta mucho. Todo esto hasta que encontré algo tremendo que hoy pretendo compartirte. Por si no lo leíste, el libro de Job narra la historia de alguien que teniéndolo todo, perdió todo. Las circunstancias por las que atraviesa, los cuestionamientos que se hace alguien que toda su vida procuró agradar a Dios. En síntesis, era sufrimiento acrecentado por los amigos que lejos de consolarlo y alentarlo, lo cuestionaban, y básicamente le decían: “por algo será”.
Y aquí viene lo del final feliz. Cuando llegás al último capítulo, Dios le dice a uno de los amigos, al que llevaba la voz cantante en todo el juicio que hicieron sobre Job, “estoy enojado con vos y con tus dos amigos”. Te invito a leerlo directamente:
Después de haber hablado con Job, Dios se dirigió a Elifaz y le dijo: «Estoy muy enojado contigo y con tus dos amigos. Lo que han dicho ustedes de mí no es verdad; en cambio, es verdad lo que ha dicho Job. Así que ahora acompañen a Job, y quemen en mi honor siete toros y siete carneros, para que yo los perdone. Job me rogará por ustedes, y en atención a sus ruegos no los haré quedar en vergüenza. Pero reconozcan que, a diferencia de Job, lo que han dicho ustedes de mí no es verdad». (Job 42.7 y 8 TLA)
¿Te das cuenta? Dios se ocupa de restaurar a Job. Lo levanta delante de aquellos que se sentían tan superiores a él como para juzgarlo y acrecentar aún más su dolor. A estos que se creían licenciados en conocimiento de Dios y sus propósitos, el Señor les dice “todo lo que dijeron estaba equivocado. Y si quieren que los perdone, pídanle a Job que ore por ustedes, y sólo así los voy a perdonar”.
Si ésta fue de alguna u otra forma tu experiencia, y estas palabras sirvieron para traerte a la memoria ese dolor que te produjeron otras palabras, imprudentes, te invito a que busques ayuda. Que te acerques a un consejero, consejera o pastor, para que ore con vos. Dios quiere restaurarte, levantarte, sacar ese dolor de tu vida y hacerte libre.
Termina el libro de Job diciendo que murió siendo viejito, después de haber disfrutado mucho de la vida. ¿Ves por qué me gustan los finales felices? Parece que a Dios también. ¿Qué te parece?