¿Sí? ¿No? ¿Puede ser? ¡No sé!

Escrito el 27/10/2023
Mirtha Ferrari


En Argentina nos toca vivir tiempos convulsionados este último trimestre del año 2023. Estamos celebrando los primeros 40 años de democracia continua de nuestra historia. Y los que miramos un poco de afuera, con mirada crítica, estamos impresionados porque los políticos parecen esos “herederos” que se pelean por llevarse “algo” de esos tesoros que para la abuela eran eso, tesoros, pero que en realidad, no valen demasiado.

Me da un poco de risa, porque cuando mi suegra vivía con nosotros y mi mamá pasaba casi todo el día en nuestra casa, y tenían una edad muy parecida a la que tengo yo ahora, para proteger un poco sus emociones (y las nuestras porque estaban en bandos opositores), habíamos prohibido que miraran los noticieros. Sobre todo, porque parece que cuando se van sumando los años, todo se ve un poco más dramático. Y si en la tele decían que habían chocado dos autos, para ellas era como un choque múltiple, en el que había montones de heridos, y ni hablar de los muertos. Porque si no había sucedido, se preocupaban porque “podría haber sucedido” y eso las amargaba y las angustiaba.

Ahora me encuentro con 70 años (¡ya sé! ¡No me digas! No los aparento. ¡Parezco de 69 y medio!), y a pesar de la sabiduría que podría haberme dado el estar con estas dos viejitas de mi vida hasta que partieron, te decía que me encuentro pensando y exagerando algunas de las noticias.

Si miro algunos canales de televisión, me doy cuenta de que la oposición tiene razón, y si miro otros, también me doy cuenta de que el oficialismo tiene razón. ¿Soy yo? ¿Es la edad? ¿O es la realidad de lo que veo? Los que hasta ayer eran enemigos acérrimos y no dudaban en “sacarse los ojos” unos a otros, hoy por conveniencia no sólo se devuelven los ojos, sino que se prestan anteojos para que puedan ver la realidad “real” y les colaboren. Y no hablo de unos ni de otros. Porque tengo muy claro que cada uno tiene derecho a pensar como quiera y que yo también, y no tengo porqué imponerme ni hacer creer que lo mío es mejor que lo tuyo. ¡Hablo de todos!

Entonces, cómo me enojo, y me da rabia, y me engancho con la queja, y empiezo a soltar sobre los candidatos (todos, los de un bando y los del otro) y sobre los que los rodean palabras negativas impropias de mí, he decidido aplicar la censura, y no ver nada que pueda ponerme en zozobra ni me saque del lugar de paz que quiero disfrutar. 

Pero creo que va incluso un poco más allá. Porque la pelea y la confrontación parece que generan audiencia y por lo tanto ganancias. Algunos “vivos” la han instalado, y los que no somos tan “vivos” nos enganchamos por ahí no para pelear, pero sí como espectadores, generando así una retroalimentación de aquello que no compartimos, pero en lo que estamos inmersos a veces hasta involuntariamente.

Si hasta en los programas de cocina, por ejemplo quieren explicarte si la leche de almendras es mejor que la leche de vaca, y en vez de contarte las propiedades de una y de otra para que vos decidas, se pelean entre ellos, y forman dos bandos  y entonces resulta que si por gusto o salud te decidís por alguna de ellas, los partidarios de la otra se quedan enojados o “con la sangre en el ojo” como se decía antes, y en vez de respetar cada uno la decisión del otro siguen estando en bandos opositores todo el programa. 

Y resulta que si lo analizamos fríamente, ya sin discutir porque éste dijo esto y va a hacer aquello y el otro no lo dice pero quizás lo haga, nos daremos cuenta de que todos estos factores son grandes ladrones de paz. Esa paz que Jesús vino a dar. Por algo dijo que nos daría una paz, la paz que el mundo no nos podría dar. Una paz que nace no en lo que recibimos o no recibimos de afuera, sino una paz que nace en nuestros corazones y que está basada en que estamos insertos en todas estas controversias, pero tenemos claro a quién pertenecemos, independientemente del color político que tengamos o con quién o quiénes simpaticemos en este mundo.

Todo lo anterior me lleva indefectiblemente a pensar en el Salmo 90 el versículo 12 que dice: “Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría”.

Sí, Padre. Necesitamos sabiduría para seguir siendo sal y luz, para no engancharnos en discusiones absurdas que no conducen a ningún lado, sino que donde nos hayas puesto, donde estemos, tu sabiduría nos haga destacar, ya no para que digan lo buenos e importantes que somos, sino para que puedan ver en nosotros tu obrar, tu presencia y esa paz que nos inunda y nos sobreabunda de manera “loca” a pesar de las circunstancias, porque proviene de la certeza de que nuestros depósitos están más que seguros, porque estamos depositados en las mejores manos en las que podemos estar. En tus manos, Dios y Papá. En el nombre de Jesús. Amén.