Creo que ya conté que vivimos solos con mi esposo, porque nuestros hijos están perfectamente ubicados, cada uno en sus casas con sus familias, gracias a Dios.
Bueno, en realidad, decir que vivimos solos no es decir toda la verdad, porque hay un ser que nos acompaña y nos divierte, aunque siempre sus huellas son marca registrada. Es Puppy, nuestra caniche de 1 año y medio.
Ella recorre cada rincón de la casa, y yo, aunque no tenemos cámaras como se usa ahora, cuando salgo y vuelvo, puedo determinar casi cada lugar por el que pasó.
Cuando la adoptamos era muy chiquita, pero como sucede con casi todos los perritos de procedencia un tanto dudosa, nunca se sabe el tamaño que alcanzarán. Si bien Puppy no es enorme, parada en dos patas llega a lugares a los que nos gustaría que no alcanzara.
Como casi todas las personas en esta ciudad, tengo la tendencia de apretar los dientes cuando duermo. Esto, que es una “habilidad” inconsciente, me obliga a usar una plaquita de descanso, que permite proteger mi dentadura. Un día, me la saqué y la dejé arriba de la mesa de luz. Empecé el desarrollo de mi día y no la tuve más en cuenta. Cuando a la noche me la fui a poner no la encontré. Busqué por todas partes y estaba debajo de la cama. La lavé, me la puse y la noté muy blandita. Puppy se entretuvo masticándola bastante, le arrancó algunos pedacitos, y por supuesto esa plaquita no me sirvió más. Aprendí, y ahora que tengo una nueva, la cuido como oro en polvo.
Con mi esposo decimos que es una perrita acumuladora. Le encanta robarnos las medias, y juega con ellas ya sin romperlas, pero desafiándonos a que se las saquemos. Le gustan los repasadores de la cocina, y le fascinan los papeles. Si alguien de ustedes necesita papel picado para una fiesta, nos avisa y le mandamos a Puppy que lo resuelve enseguida. Cada hoja que llega a su boca sin importar el tamaño, corre peligro de ser desmenuzado inmediatamente. Ahora se me ocurre que podrían contratarla de algún servicio secreto para destruir documentación comprometedora.
Todo esto para decir que Puppy deja huellas por los lugares en que anda, sobre todo cuando la dejamos sola.
En mi juventud, estaba de moda una poesía que se llamaba “Huellas” y que hablaba de la relación con Jesús. Decía el autor que miraba hacia atrás su vida y en cada circunstancia veía las huellas de Jesús al lado de las propias acompañándolo, pero le reclamaba al Señor porque en una situación muy triste sólo veía un par de huellas. “Señor, ¿me dejaste solo cuando más te necesitaba?” Y el Señor le respondía “No, porque justamente en esos momentos no caminé al lado tuyo, sino que te llevé en mis brazos”.
Esta hermosa ilustración podría ser el testimonio de cada una de las personas que entregamos nuestra vida al Señor, y por supuesto el mío. ¡Cuántas veces sólo aparecería un par de huellas, las de Jesús, llevándome a upa, porque mis fuerzas se habían acabado, porque sentía que no daba más, y ese llevarme en sus brazos me alentó y me dio la posibilidad de seguir adelante!
El domingo tuvimos la oportunidad con mi esposo de visitar la iglesia donde nació nuestra fe. Fue muy lindo reencontrarnos con personas más jóvenes que nosotros, que se acordaban de las cosas que habíamos hecho juntos, y hasta que les habíamos enseñado. Pero fue enorme la emoción de recordar a otras que ya no están, que nos precedieron, y que hicieron tanto bien a nuestras vidas, dejando huellas tremendas del amor de Dios puesto en acción.
Estoy leyendo en mi devocional los libros de Reyes de la Biblia. Las huellas que dejaron casi todos ellos fueron de maldad, de desobediencia, de mentira, de engaño, de soberbia.
Todo esto me lleva a pensar en qué tipo de huellas quisiera dejar en las personas que me conocen. Las del gracioso caos de Puppy no, porque aunque es gracioso es un caos que se le permite a un cachorro. Las de esos reyes súper poderosos llenos de sí mismos y vacíos de Dios, tampoco. ¡NO! Quiero dejar huellas de amor, de contención, de presencia. Pero ¿cómo hago?
Padre, te ruego que me unjas con todo lo necesario para ser una fiel imitadora del Señor, y que cuando me toque llevar “a upa” a una persona que pongas en mi camino, lo haga con tu sabiduría, con tu amor y con tus fuerzas. En el nombre de Jesús.