Hace un tiempo que tengo algunos problemas de salud. Arrancaron en el verano, y entre nuestras vacaciones, la de los médicos, y una enfermedad de mi gastroenteróloga, cada vez se hacía más difícil lograr que me atendieran.
Por fin logré un turno con una médica que no conocía, que me indicó tortuosos estudios que requirieron tortuosa preparación. Llegó el día, me llevan a quirófano, me anestesian, y me duermo plácidamente, pensando que por fin tendría un tratamiento para aliviar mis síntomas. Terrible mi impresión al despertarme, y enterarme que el estudio no pudo concretarse.
Total desazón de mi esposo y mía. ¿Qué pasó? ¿Por qué? ¿Cómo seguimos ahora? Eran las preguntas que nos hacíamos, desanimados, porque volvíamos a casa nuevamente sin respuestas, sin tratamiento y con las mismas molestias o peores dado lo traumático que había sido todo. De repente me encontré diciendo "de algo Dios me libró", frase aprendida y dicha tantas veces a otras personas en situaciones similares. Sin pensarlo, y hasta prácticamente sin sentirlo. Sólo procuraba un poco de consuelo para nosotros.
Al día siguiente, la médica me cita en su consultorio y para mí "tranquilidad" (ironía), me dice que no tiene ni idea de lo que sucedió, y como a las cansadas, me indica una tomografía de abdomen con contraste. Más preparación, más pinchazos, más preguntas. Resultado: hallazgo "casual" (en realidad providencial): tumor en el riñón derecho, que hay que tratar, pero que no tiene nada que ver con el motivo de la consulta. Pero ¡Señor! ¡Otra cosa más! Pedimos una cita con un especialista, y nos informa que estos tumores son absolutamente silenciosos. Cuando empiezan a molestar es porque se convirtieron en peligrosos, que no es mi caso. Ese "de algo Dios me libró" se convirtió en "¡DE ALGO DIOS ME ESTÁ LIBRANDO!"
El tumor está. Tengo por delante una cirugía. En el momento de hacerla, considerarán si se puede o no salvar el riñón. No es urgente. Debo antes hacerme otros estudios. No lo tomo con naturalidad. Lloré y lloro cada tanto, por la incertidumbre de "lo que vendrá". ¡Soy humana! No quiero sufrir. Es raro pensar que dentro mío se está gestando algo que puede perjudicarme, y esto me pone un poco en zozobra.
El Señor está acercándome a profesionales que me bendicen incluso sin saberlo, estoy bien acompañada por mis amores, y por muchos amigos que se van enterando, y me acercan sus "estamos orando" que hacen tanto bien. Pero soy sincera: si pudiera me gustaría que esto fuera un mal sueño, o en caso de ser real, dormirme y despertarme operada y recuperada. Cada día los que me conocen saben que comparto un texto bíblico de aliento y bendición. Me está costando, pero ahí sigo, con mi esposo empujándome, alentándome.
El Señor dice que vamos a sufrir aflicciones, pero también nos dice que confiemos, porque él las vence, vence al mundo. Éste es un tiempo en el que estoy confiando casi siempre, y cuando no puedo, pido ayuda. Sé que esto es una prueba y la estamos atravesando como siempre, tomados de la mano de Dios, quien tiene planes de bendición reservados para nosotros que ni nos imaginamos, pero que nos ponen ante un futuro lleno de esperanza. ¡Qué locura! ¿No? Un futuro lleno de esperanza dije. ¿Por qué? Porque lo creo, porque mi vida está en sus manos, porque me conoce mejor que nadie, porque cuando el temor me lleva al desierto, él está conmigo, y cuando decido creerle, también está conmigo. Porque me sostiene con su mano poderosa. Y porque nada de lo que me pasa le es ajeno.
Señor, hoy más que nunca te siento Padre. Y Gracias porque nos hacés habitar en familia, esta gran familia compuesta por los que somos tus hijos, dispuestos a acompañar, a sostener, y por sobre todo a orar.