Ya te conté muchas veces que provengo de una familia judía. Hace dos semanas nos visitó mi hermano desde Tucumán, y tuvimos muchas oportunidades de recordar momentos de nuestra niñez que compartimos. Nos llamaba mucho la atención evocar ya no situaciones buenas y malas, sino también olores. Los olores de las comidas de origen europeo que comíamos.
Resulta que nuestra mamá era una cocinera buenísima, que había aprendido todo de su padre, nuestro abuelito Samuel. Por eso, evocar la comida de nuestra madre era también evocar la de don Samuel.
Y es a él a quien quiero referirme hoy. En una dura circunstancia familiar, mi papá tuvo que ir a vivir a otra ciudad, y mi mamá salir a trabajar desde muy temprano hasta muy tarde. Había que cuidar a los chicos, y por lo tanto vino el abuelito a cumplir ese rol.
En esa época, era muy raro que un hombre lavara la ropa, los platos, limpiara y cocinara. Así que don Samuel era más una abuela que un abuelo.
Recuerdo haberle puesto ruleros en los pocos pelos que le quedaban, y bailar a upa de él en las fiestas. También recuerdo poner mis pies sobre los de él, y caminar tiesos los dos, muertos de risa.
Don Samuel aparentemente tenía muchos defectos, pero yo no los veía. Lo amé con toda mi alma. Lo recuerdo sin tristeza ya. Murió cuando yo tenía 13 años. Ahora, cada vez que pienso en él, aparece inmediatamente una sonrisa. Exactamente así espero que me recuerden mis nietos. Como la abuelita que los amó y con la que se rieron mucho.
Hasta acá, todo creíble y real. Nada que ver con el título.
Unos 4 o 5 años después de morir don Samuel, estábamos con mamá en la casa de quien era mi novio y hace mucho es mi esposo, y mi mamá empezó a contarle a mi suegro que el abuelito había trabajado de lustrador de muebles hasta enfermarse del corazón. Mi suegro prestó atención porque él hasta que no pudo trabajar más, se dedicaba a pintar muebles. Una cosa trajo la otra y ¿qué pasó? Que mi suegro había conocido a don Samuel, y habían trabajado juntos.
Hasta aquí nos reíamos de esa gran "casualidad". Pero de la risa pasamos a la emoción, y me acuerdo después de más de 50 años, y vuelvo a emocionarme.
Te recuerdo que cuando Don Samuel murió, yo aún no conocía al Señor. A los 16 años entregué mi vida a Jesús, y ahí comenzó el cambio.
Don Julio, mi precioso suegro era también un precioso hijo de Dios. Tenía una voz muy linda y le gustaba cantar los himnos bien fuerte. Esto sucedía también mientras trabajaba. ¿A que no adivinás a quién le gustaba oírlo y hasta tenía su preferido? ¡Adivinaste! ¡A mi abuelito Samuel!
Le gustaba oír "Firmes y adelante", que en uno de sus versos dice: "sin temor alguno, que Jesús nos ve".
¿Habrá mi abuelito abrazado la fe en Jesús y no dijo nada por temor al rechazo de su familia judía? No lo sé. Pero eso genera en mí, de todos modos, la esperanza de volver a verlo, y ya sin vergüenza, ni temor, adorar juntos libremente, a Dios delante de su trono.
¿No te parece increíble? Pero ¡es real!
Padre, el significado de conocerte y ser tu hija es hermoso pero también es un camino lleno de certezas y respuestas a los grandes interrogantes de la vida. ¿Está mi abuelito Samuel en tu presencia? Yo elijo creer que sí. ¿Por qué esa charla “casual” con mi suegro? No lo sé, pero lo que sí puedo afirmar es que conozco tu misericordia, que se sigue renovando cada día sobre mi vida. Te amo, Señor. ¡Gracias!