Huir fue mi recurso #4

Escrito por
Mirtha Ferrari


Como te decía anteriormente, mi primer encuentro real con la muerte, trajo aparejado, aunque recién lo sabría mucho más adelante, mi real encuentro con la Vida, con mayúscula.

Y como esta frase de Vida con mayúscula, la dicen muchas personas, me voy a explayar un poquito, para que entiendas lo que significó para mí.

Hay una actriz de la tele que dice que el público se renueva, por eso, y por si no leíste lo que publiqué anteriormente, te diré que muchas veces menciono en mis relatos a mis padres, a mis abuelos, a personas que de alguna forma marcaron mi carácter. Esto que te comparto no siempre fue positivo para mí en el momento en que lo viví. Te lo cuento porque obviamente marcaron mi vida, pero también porque con los años pude perdonar, porque ya no me "deben" nada y por supuesto, porque ya fallecieron, y no tengo temor de herirlos por revelar algo de mi intimidad con ellos.

En las posteriores relaciones importantes que tuve, es que en la comunicación hay dos percepciones: la del emisor, "el que dice", y la del "receptor", el que escucha y vive en consecuencia. Creo que ese escuchar de cierta forma, marcó mi vida, hasta que la Vida con mayúscula fue sanando todo eso.

Volvemos a Vida con mayúsculas. Un concepto que comprendí muchos años después, y que difiere de todas las Vidas con mayúsculas que se nos ofrecen.

Bueno. Quedamos en que durante esa "contagiosísima" hepatitis, que me tenía aislada y sin visitas, Delma, la "evangelista" loca del edificio, me visitaba. A mí mamá no le gustaba porque me dejaba "alterada", cuando se iba. Eso era porque me hacía reír. No me acuerdo de qué, pero sí que me reía, a veces, simplemente de sus propias carcajadas. Además, y lo más importante, me traía libros. Libros de cuentos, libros de personajes bíblicos. Después me enteré de que se hizo socia de una biblioteca, para cubrir esta necesidad inagotable de letras, que crecía en mí, producto de mi aburrimiento.

Cuando me recuperé, y pude empezar a caminar un poco, comencé a visitar su casa, a pocos metros de la mía. Me da risa recordarlo ahora. Pero era llegar, charlar un poquito, y enseguida ella decía que era hora del "culto". Como yo leía "muy bien" (dicho por ella quizás para engancharme), me decía que leyera en voz alta el libro "Manantiales en el Desierto", que era un devocional diario precioso, que hablaba de un Jesús al que yo me empeñaba en desconocer. Después cantábamos un himno, y para finalizar, Delma oraba largo, largo.

(Abro un paréntesis para decirte que para una niña judía como yo, dramática, que se creía Ana Frank por todo lo que sufría, reconocer que Jesús es el Mesías no era ninguna pavada, y por eso yo me negaba).

No puedo decir que ese "culto" me inspiraba, o por lo menos que me agradaba. ¡No, no, no!!! Yo ¡Lo soportaba!!! ¿Por qué? Porque si ese era el precio que había que pagar por un poco de tranquilidad, un momento de evadirme de la realidad, yo lo pagaba.

No siempre iba a la misma hora a la casa de Delma y Oscar. Pero del "culto" no me libraba. Daba la "casualidad" de que llegaba siempre justo, en el momento apropiado. ¡Ay, Dios! ¡Cómo me gustaría poder abrazar a Delma y agradecerle por su fidelidad, por su amor!!!

Ya te conté que cuando leía, también me evadía de la realidad, siendo los personajes de las novelas. Fui Ana Frank, fui Jo March de "Mujercitas", fui "Heidi", fui "Clara" (su amiga paralítica que se recupera por una travesura de Peter, el pastor amigo de Heidi). Por eso, las leía una y otra vez.

Pero este "ser" estos personajes mientras leía, de todos modos, no lograba que pudiera escabullirme totalmente de la realidad. De todos modos escuchaba los gritos, las agresiones, los reclamos, los insultos. Mi hermano, 3 años mayor, se iba a la calle, al potrero, a jugar a la pelota con sus amigos. Gozaba de este privilegio por ser mayor y por ser varón. Era su manera de zafar, ahora me doy cuenta.

Pero yo, iba a la casa de Delma, dónde "soportar el culto" era mucho menos doloroso que soportar la realidad. El culto era un "plomo", pero la vida en esa casa era todo lo que yo necesitaba.

Delma estaba casada con Oscar, el hombre más tierno que conocí en esa época en la que los hombres eran todo menos tiernos. Tenían una hijita, Mimi, 11 años menor que yo, con quien sigo relacionada hasta hoy. Delma era una mujer con problemas de salud que hacían que estuviera casi siempre en la cama. Y Oscar, su "Rarri" se ocupaba de la casa antes y después de trabajar largas horas en una metalúrgica, y también se ocupaba de sus chicas. Destaco este "ocuparse" de la casa como algo significativo, porque Oscar fue el único hombre que vi que lo hacía en esa época de machismo.

Era un hombre que había sufrido mucho. Tenía un ojo medio desacomodado, por los golpes que le daban en su niñez. Y haber formado esa familia, con trato ameno, cordial, con cartitas de amor, con tantos "te amo", era su milagro más valorado. ¿Sería por eso que soportaba mi invasión a su intimidad?

Por eso, la casa de Delma era para mí un lugar de refugio. No importaba "soportar el culto". Era el precio que había que pagar, y yo lo pagaba sin chistar, con tal de evadirme de una realidad que me superaba.

Esa fue la Vida con mayúscula que aprendí a conocer. Ese vivir de estas personas que Dios puso en mi camino me condujo directamente al Dador precioso de esa Vida en paz. Fui una muchachita sufrida, desorientada que, parada sobre esa base de contención, amor y sostén, pudo dar vuelta su historia y la de su familia venidera.