La marca de la pared #6

Escrito por
Mirtha Ferrari


El mismo año en que decidí creer y seguir a Jesús, mi mamá también lo hizo. Esto logró que a fin de ese año nos bautizáramos juntas.

La situación con mi papá era más y más tirante. Mi hermano estaba en el servicio militar en Campo de Mayo.

Un domingo fui a la iglesia a la mañana temprano, y cuando volví, en la habitación de mis padres, estaba esa mancha, que me produjo un profundo dolor.

Resulta que la mamá de mi papá había muerto cuando él tenía 18 años,  antes de que se casara.

En la cabecera de la cama de mis padres, había un cuadro enorme de mi abuela. Era como una foto carnet, es decir de la parte superior del cuerpo, peinada al costado con el pelo hasta los hombros. Seria, muy seria.

Muchas veces, cuando no había nadie, miraba fijamente esa foto, y me preguntaba si todo hubiera sido distinto, si esa abuela no estuviera muerta. Y me lo sigo preguntando aún ahora, que soy muy grande, y uso el cabello con  corte "carré", y me veo un poco parecida.

Sin dudas, mi papá la había  amado, y ese enorme cuadro era muestra de ello. Es más, tiempo después, cuando pude visitarlo en una casa que compartía con otra mujer, ¿a que no adivinás qué había colgado en la cabecera de su cama?  ¡Ese cuadro de su mamá!!!

Pero, retomando, ¿hubiera mi papá estado menos enojado con la vida si su mamá nos hubiera conocido? ¿Hubiera sido cariñoso, afectuoso? ¿Me hubiera abrazado mi papá alguna vez? ¿Me hubiera dicho que me amaba?

Como te decía, ese domingo a la mañana fui a la iglesia. Hacía poco que estaba comenzando mi noviazgo con quién fue, es y será la persona más importante de mi vida, mi esposo. Pero no es de él de quién quiero hablarte hoy. Hacía muy poco que conocía a toda la familia. Y ese preciso domingo, Dios se ocupó de preparar mis emociones para lo que se venía. ¿A través de quién? De quién sería para mí mi querido "Donju", don Julio Ferrari, mi suegro. En ese día, en varias ocasiones me dijo que yo era "su hija más chiquita", que todo iba a estar bien. Y yo no entendía nada. Primero porque no estaba acostumbrada a que me hablaran con tanta ternura, y segundo, porque yo siempre fui grandota, por lo que nadie me decía "chiquita" y él estaba ciego. Nunca llegó a "verme" literalmente, pero sentí su cariño y su apoyo desde el mismo día en que lo conocí.

Ese domingo, antes de volver a casa, alguien me dijo que papá se había ido. Era la concreción de algo que se caía de maduro. ¡Tantas veces había escuchado "me voy a ir y no me van a ver más el pelo"! Pero en mi interior yo prefería no creerlo.

Cuando entré al cuarto de mis padres, vi esa mancha en la pared. Esas manchas que dejan los cuadros cuando están mucho tiempo colgados, y de pronto se sacan.

La realidad de la desprotección total me golpeó en la cara, y me derribó, no físicamente, sino emocionalmente.

¿Y ahora qué? ¿Dónde había ido? ¿Lo podría contactar? ¿Lo volvería a ver?

Por otro lado, la nada misma en cuanto a lo económico. Mi mamá le hacía trabajos de costura a una mujer judía que vivía en nuestro edificio.  Cuando ella se enteró de que nos habíamos bautizado, dejó de darle trabajo.

Yo estaba en la escuela, en cuarto año. Y debíamos 6 meses de alquiler.

Te cuento todo esto, no para que me compadezcas y digas "cuánto sufrió", sino para que puedas visualizar este sentimiento de orfandad que me invadió cuando vi la marca en la pared.

Fueron tiempos difíciles, tiempos de escasez. Si se rompía algo, no había cómo reponerlo. Comíamos lo que se podía. Y hacíamos lo que se podía.

Mamá empezó a hacer y vender empanadas y yo a tejer bufandas (menos mal que era invierno).

Pero de lo que quiero hablar es sobre lo que produjo en mí la falta de cariño y el posterior abandono de mi padre. Cuando la gente me saludaba, y quería abrazarme, yo ponía la mano impidiendo que ese abrazo se concretara. Nunca iba a decir "te quiero" y mucho menos "te amo", por temor al rechazo.

A medida que pude conocer y relacionarme con la paternidad de Dios, con ese Padre que me eligió y no me rechaza, con ese Padre que me considera tan importante que mandó a su Hijo a la cruz para que yo fuera su Hija, empecé a sentirme amada, y esto trajo una inesperada pero ansiada seguridad a mi vida.

Tan segura me siento, que me convertí con los años en "abrazadora serial", y mis abrazos "de oso" son reconocidos en todas partes. Los "te amo" surgen fácilmente, porque pude dejar atrás el desamparo y la tristeza que me produjeron esa mancha en la pared.

Dios nunca me prometió un camino "acolchonado" por pétalos de rosas, pero sí que donde yo fuera ÉL iba a estar conmigo. Y lo cumplió.

Muchas más cosas complicadas ocurrieron en mi vida y seguiré contándolas, porque sí,  sucedieron. Hubiera elegido que no pasaran, porque las sufrí y las sufrieron las personas importantes de mi vida, pero también porque en cada una de ellas vi la mano de Dios. Quizás no en el preciso momento, ni en el tiempo que yo hubiera deseado, pero nunca tarde, de manera que miro hacia atrás, y nunca, nunca, estuve sola o desprotegida. ¿Por qué? Porque el Papá con mayúsculas se ocupó de mí.