¿Golpearon? ¿Quién será? #7

Escrito por
Mirtha Ferrari


Cómo te conté antes, mi papá se había ido, y mi hermano estaba haciendo el servicio militar en el ejército.
En esa época era como "cool" que los chicos judíos "militaran" en el partido comunista.
Muchas veces mi hermano se reunía con sus amigos en casa, y charlaban mucho, no sé muy bien de qué temas, procurando "salvar" a nuestro país.
Teníamos una vecina muy querida, que también había entregado su vida a Jesús, Ema, que era la que curaba el "mal de ojo" en el barrio, y que, a pesar de desconocer prácticamente la guerra espiritual y a Satanás y a sus demonios, cuando entró el Señor a su vida, todos los "bichos" huyeron despavoridos.


Un día, Ema, muy en voz baja y en secreto, le contó a mi mamá que había gente rara preguntando por mi hermano y su supuesta actividad política.
Nosotras nos asustamos mucho, porque esto no era poca cosa. Transcurría el año 1970, y si bien el gobierno militar de Lanusse no era tan tremendo y peligroso como después lo fue la dictadura del proceso, no estaba permitido militar en los partidos políticos, y menos los soldados dentro del ejército.


Recuerdo que con mamá dimos vuelta la casa, y tremendas transgresoras, quemamos en la pileta del patio libros y todo lo que considerábamos que tenía un tinte político. Digo lo de transgresoras, porque el humo se veía desde la calle, pero nadie vino a investigar de dónde provenía. Así que pudimos deshacernos de casi todo. Otras cosas, que por su volumen eran "inquemables", el único familiar que teníamos con auto, las cargó junto a mi mamá, y las tiraron en lugares descampados.


Te cuento todo esto, porque aparentemente Dios cegó a los investigadores, e hizo que no pudieran ver todos nuestros torpes movimientos.
Una mañana, estábamos con mi mamá tomando mate en la cocina, y nos golpearon la puerta fuerte, insistentemente. Cuando acudí a abrir, eran varios hombres. Uno vestido con un impermeable característico de los investigadores de lo que se llamaba "coordinación federal" (abro paréntesis para decir que en esa época eran los más despiadados), rodeado de varios policías uniformados, armados hasta los dientes.


Entraron intempestivamente a mi casa, y dijeron que tenían orden de allanamiento, que podían recorrer todo buscando pruebas, porque mi hermano había introducido publicidad comunista en el cuartel, y que estaba preso e iba a ser juzgado.
Mi pobre madre quedó petrificada, por lo que yo, con mis 17 años, tuve que hacerme "cargo" de la situación. Te lo cuento para que te cuestiones, así como sigo cuestionándomelo hoy, de dónde saqué las fuerzas. ¿De mi gran madurez? ¿De mi aplomo de persona bien parada en la vida? ¿De mis años de una fe enraizada en mi profunda relación con el Señor?


Había madurado sí, a la fuerza, un poco. Con mis 17 años era cualquier cosa menos una persona aplomada o tranquila, y mi vida espiritual estaba apenas comenzando, apaleada por las circunstancias.
Las fuerzas vinieron directamente del trono de Dios. Debo decir que la gente que había entrado en forma prepotente a mi casa, no se caracterizaba por la dulzura en el trato, sino todo lo contrario. Lo que ellos no sabían era que Dios había renovado su misericordia ese día como cada día para mí, y yo, incluso sin saberlo, la estaba disfrutando. Me preguntaron dónde dormía mi hermano, los conduje al cuarto en la terraza, y prácticamente no encontraron nada. (No te olvides del trabajo de espionaje incendiario que ya habíamos realizado). Siempre, siempre, me trataron con respeto.


A pesar de eso, mientras ellos revisaban todo, tirando todo al piso, yo pensaba qué ropa iba a llevar a la cárcel. Ya me veía con mi plato y mi taza de lata, haciendo fila para recibir el magro trozo de pan y el poco, deslucido té, y procurando llevar algo a mi pobre madre. (No te olvides: soy dramática).
La cuestión fue que cuando terminaron de revisar, me dijeron "muchas gracias" y se fueron.
A todo esto, mi mamá se hizo cargo, y dijo que teníamos que buscar en los lugares que no habíamos mirado, por las dudas. Pero ¡Ya lo habíamos hecho, y ya se habían ido!!! No importaba. Teníamos que asegurarnos.


Empezamos por el ropero de mis padres. Lo vaciamos arriba de la cama, y fuimos encontrando, pocos, algunos volantes políticos publicitarios, pero no gran cosa. Mi mamá, que era cualquier cosa menos tranquila, fue arrugando esos papeles, y siguió sosteniéndolos en una de sus manos, apretándolos fuerte, como para que no se le escaparan.
Así las cosas, de repente, vuelven a golpear la puerta de forma perentoria, inconfundible. ¡Otra vez!!! Otra vez, mi mamá petrificada. Otra vez, yo, la mujer maravilla (con minúsculas) dejándolos pasar. ¿Adónde? Al comedor, que como dato de color debo decir que se comunicaba con el cuarto de mi mamá mediante una puerta, que obviamente no había cerrado.


Cuando entraron, traían además de esas armas, terribles e intimidantes, una máquina de escribir, con la que redactaron un acta, dejando detalladas las pocas cosas que habían encontrado. Como yo era menor, tenía que firmar el acta doña Haydée, mi madre, quien muerta de miedo se acercó (no te olvides que tenía la mano llena de papeles "condenatorios" hechos un bollito) y sin pensarlo, dejó ese bollito sobre la mesa, y estampó su firma, sin darse cuenta de lo que acababa de hacer. (Acá va música de suspenso). Por supuesto, mi mente empezó a volar, y me imaginé que nos esposaban a las dos, y nos llevaban presas, mientras los vecinos miraban tristemente por sus ventanas, sin atreverse a defendernos.


Obviamente esto no pasó, porque nuevamente el Señor cegó a esas personas, o puso en sus corazones compasión por nosotras, o las dos cosas, pero nos agradecieron, nos saludaron y se fueron.
Mi mamá se "descongeló" cuando se fueron, y pudimos liberar tensiones, llorando las dos abrazadas, agradecidas a Dios.


De repente, comenzamos a pensar en qué le estaría pasando a mi hermano. Nos dijeron que estaba detenido en el cuartel, en Campo de Mayo. Nos dimos cuenta de que necesitábamos asesoramiento jurídico. ¿A quién acudir? Obviamente, a los amigos de mi hermano, que militaban con él. ¿Qué sucedió? No nos atendieron. Nos cerraban las puertas de sus casas por temor a lo que les podía pasar. Lo miro ahora, y pienso "es lógico", pero la tristeza y el desamparo que sentimos fue tremendo, y aunque ya no duele, no es un recuerdo lindo.


El resumen de lo que sucedió es que el juez lo encontró culpable de cosas menores, gracias a Dios, y a pesar de eso, estuvo preso durante tres años.
Cuando le pedí autorización a mi hermano para describir lo que nos había sucedido con su detención, le dije que obviamente, volcaría los sentimientos y los acontecimientos según yo recordaba que habían sucedido, y cómo me habían impactado. Él me permitió hacerlo, gracias a esta relación nueva, amorosa, que supimos conseguir, que costó, pero es preciosa y disfrutable.


Hasta aquí esta odisea que vivimos, acompañadas por la iglesia a la que recién nos habíamos agregado, y por la familia nueva, adquirida por la relación también nueva, con quién sería la persona más importante de mi vida, mi esposo. Pero fundamentalmente por ese obrar sobrenatural de Dios, ese cuidado tremendo, maravilloso, indescriptible, pero a la vez que disfruté en ese momento, y que vuelvo a disfrutar cada vez que lo describo.